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Los Persas

Los indoeuropeos entran en el concierto mundial

Mientras otras culturas, especialmente las de origen semita, se desarrollaban en la parte baja de Asia y en el norte de África, los arios o indoeuropeos se habían mantenido al margen de los acontecimientos de la historia mundial, incrustados en el norte del Cáucaso y en el oeste del mar Caspio. Antes del 2500 antes de Cristo no manejaban la escritura y se dedicaban preferentemente al pastoreo.
Con el correr de los años, estos hombres extendieron sus dominios y conocieron nuevas tierras; alrededor del 1800 a.C. sus pueblos emigraron hacia Persia, a lo que hoy es Irán, y algunos otros lo hicieron hacia la India. Los que llegaron a Persia se fraccionaron en dos unos, los medos, se establecieron en las montañas del norte; los demás, los persas, prefirieron ubicar sus asentamientos en la llanura central, a orillas de las aguas que bañan la costa del golfo Pérsico.
Los persas sintieron un gran afecto por los caballos. La educación de los niños enseñaba básicamente tres cosas decir la verdad, lanzar las flechas con precisión y cabalgar con habilidad. Con respecto a la verdad, más que un dogma por aprender era su forma de vida; la bella religión que el profeta Zoroastro les dejó como método de vida en el siglo VI a.C. tenía como principio fundamental la bondad. Según las palabras de Zoroastro, existe un gran número de espíritus benéficos, de los cuales el más poderoso y misericordioso es Mazda (o Ahuramazda), que se encarga de liderar la batalla contra el mal —comandado por Ahrimn—, de la que siempre el bien sale triunfador, por lo cual la mejor decisión es la de unírsele.
En cercanías del año 600 a.C., los medos eran amos de los persas, quienes tenían que pagarles altos tributos .Con el nacimiento de Ciro, en el 590 de esa era, la historia de Persia se modificó radicalmente. El Padre, como se llamaba a Ciro, fue nieto de Astiages, rey de los medos, y como tal se encargó en principio de la gobernación de un distrito ubicado al sur de la región meda, en el Elam. Cuando tuvo 50 años, reunió un gran ejército y arremetió contra Persia sin encontrar mayores inconvenientes para someterla. Con la conquista de Persia Ciro inició las victorias bélicas que lo llevaron a conformar uno de los más grandes imperios de la Antigüedad. Lidia fue el segundo paso de su dominación, luego de lo cual empezó a planear el ataque sobre la Babilonia de los caldeos. El momento histórico en el que el emperador de los persas cayó con sus armas sobre los babilonios no pudo ser mejor. El rey Nabónido no ostentaba mayor fuerza, y los conflictos internos entre los sacerdotes y el poder monárquico eran constantes en Babilonia, tanto así que Ciro no tuvo que luchar para apoderarse de la ciudad.


La nobleza de Ciro

Pese a que en el momento de la lucha el más grande general del imperio persa no demostraba compasión con sus adversarios y a que lo más fundamental en su vida fue la guerra, los súbditos de Ciro lo llamaban, Padre, y en la Biblia es citado como el “delegado del Señor, su pastor”; incluso los griegos, que se esforzaban por no caer en sus manos, lo respetaban grandemente. Lo anterior se debía en buena medida a la calidez con que el monarca trataba a los pueblos conquistados, con los que no empleaba ningún método de tortura, manifestación común en los invasores de la Antigüedad. Desde su época, la capital de Persia se estableció en Susa, en el Elam; sin embargo, otros palacios reales se construyeron en Psagarda y Persépolis, para hacer más fácil el manejo que los príncipes hacían de sus territorios.


La vida en Persia hasta su final

Los reyes que gobernaron a Persia fueron Ciro, Cambieses, Darío, Jerjes y Artajerjes, quienes se encargaron de dividir al país en distritos denominados satrapías, debido a que quienes los gobernaban eran los sátrapas, encargados de que los impuestos llegaran a tiempo a las arcas del rey. Los persas habían comenzado a emplear la escritura cuneiforme desde antes de la aparición de Ciro, pero con este hecho adquirió mayor valor el manejo de las letras. Por ello, los escribas persas diseñaron un idioma propio en el que participaban cuarenta letras de carácter cuneiforme, que correspondían a cuarenta sonidos diferentes, todo ello como una forma de escapar al complicado lenguaje babilónico.
En realidad aquella escritura sirvió bastante a la hora de desenmarañar los grandes misterios del imperio persa. Gracias a una inscripción hallada en Behistud, estudiada hace cerca de ciento cincuenta años por un oficial inglés de nombre Enrique Rawlinson, se pudo conocer un testimonio dejado por Darío, el cual confirma las apreciaciones de los expertos en torno a la bondad de los emperadores de Persia. El texto citado dice “No fui malvado ni mentiroso ni tirano; tampoco lo fueron los otros reyes de mi dinastía. Goberné honradamente”.
De todos modos, como en los casos anteriores, la grandeza del imperio que dirigían debilitó a los emperadores persas; en el 331 a.C., Persia sucumbe al poder de Alejandro. Luego de la muerte del Magno, las tierras por él abatidas pasaron a sus generales y en Persia se estableció Seleuco I, cuya dinastía —los Seléucidas— gobernó por casi dos siglos. En adelante, la contienda con los romanos ocupó la mayor parte del tiempo de los monarcas de la tierra de Ciro; en el 636 d.C., los árabes invaden la zona y en el 651 imponen allí la religión de Mahoma, extinguiendo para siempre la llama persa.