Egipto
El Egipto predinástico
El nombre de Egipto se deriva del griego homérico Aiguptus, que se empleó en la Antigüedad para distinguir las tierras del valle del Nilo ubicadas entre la primera catarata del Nilo y el Delta sobre el Mediterráneo. Este territorio se extiende por cerca de 1.000 kilómetros en línea recta y por unos 1.350 a lo largo del cauce del río, completando casi 23.000 kilómetros cuadrados de zonas cultivables. Por ello, y debido a la escasez de lluvias en el delta del Nilo y a la inexistencia casi absoluta de ellas en la parte alta, el laboreo agrícola sólo ha sido posible gracias a la inundación que a fines de junio desborda al río de su lecho y da vida nuevamente a las fértiles tierras de esta región africana.
A partir de finales del Paleolítico Superior, la industria lítica de Egipto empieza a diferenciarse de sus contemporáneas europeas, y a comienzos del Neolítico ya parece darse la formación de dos culturas diferentes en el valle del Nilo, una al norte y otra al sur.
En esa forma, apenas en el transcurso de 1.500 años, empezando a contar en el comienzo del Neolítico, Egipto pasa de ser una sociedad primitiva a constituirse en un estado monárquico con claras tendencias a la centralización del poder.
El pueblo egipcio predinástico agrupaba a unos cinco millones de habitantes.
Todos estos hombres estaban agrupados en 42 distritos, 22 pertenecientes al sur y 20 al norte. Entre los del sur, los más sobresalientes fueron Heracleópolis, Akhetatón, Hermópolis y Tebas —no la ciudad bíblica—; en el norte, se destacaron Avaris, Bubastis, Sais y Heliópolis.
Sobre el momento de la unificación de los dos grupos- es posible que ésta se encuentre alrededor del año 3100 a.C., según monumentos encontrados en la zona de los triunfadores, la del sur.
El rey Narmer, continuó la tarea hasta obtener la unificación definitiva de Egipto, con la cual se pone fin al período predinástico.
El Egipto arcaico
Las dos primeras dinastías de Egipto se dieron en este período cuyo primer rey fue Narmer, a quien se le llamaba Menees, fue él quien llevó inicialmente las dos coronas de la unificación y quien ubicó la capital del imperio en Menfis.
La historia de la I dinastía se basa en el recuento hecho por Manetón y en las tablillas de marfil y ébano encontradas en las necrópolis de Saqqarah y Abidos. Según esto, nueve faraones habrían hecho parte de ella, Narmer, Aha, Khent, Meryt-Neit, Uadjy, Udimu, Ádjib-Miebis, Semerkhet y Qa. Manetón afirma que el poder de estos monarcas se extendió durante dos siglos y medio, partiendo del 2850 a.C.
Según Manetón, la II dinastía comprendió nueve faraones; no obstante, los monumentos que se han descubierto hasta hoy sólo identifican a ocho de ellos Hotepsekhemuy, Nebre, Neterimu, Uneg, Senedj, Sekhemib-Peribsen, Khásekhem y Khásekhemuy. Todo indica que con la llegada de Hotepsekhemuy se obtuvo la total pacificación entre los dos reinos, además de que Menfis pasó a ser la capital administrativa de Egipto.
El antiguo imperio
La III dinastía período denominado Antiguo Imperio, desde el 2615 hasta el 1991 a.C. Pese a que los faraones siguen haciéndose llamar reyes del Alto y Bajo Egipto, la unidad es total y en cualquier punto del imperio se tienen iguales sentimientos hacia el soberano. La agricultura ha florecido y la religión, así como la escritura, la arquitectura y el arte, delinean sus rasgos más importantes. El fundador de la III dinastía fue Dioser, quien ordenó la construcción de la pirámide escalonada de Saqqarah, por cuya elaboración posteriormente fue divinizado el arquitecto Imhotep. En el 2565 a.C. comienza la IV dinastía, que Snofru es el creador. Este faraón logró importantes triunfos bélicos en Nubia y Libia, además de dar un gran empuje al comercio marítimo con Byblos, especialmente en el campo de los cedros. Snofru fue sucedido por Keops, Kefrén y Micerino, los impulsores de la construcción de las tres grandes pirámides que llevan sus nombres, al igual que de la esfinge de Gizeh, atribuida a Kefrén. En la IV dinastía, los impresionantes monumentos que se erigieron a los faraones por orden de ellos mismos, Egipto alcanza un importantes grado de riqueza debido a la centralización cada vez más cerrada de su poder político. Entre el 2440 y el 2315 a.C. se desarrolla la V dinastía, recordada por el ascenso al faraonazgo de los sacerdotes de Heliópolis, entre quienes se destacan Userkaf, Sahuré, Niuserre y Unis, en cuyo reinado se presentan los primeros textos de las pirámides.
Fin del Imperio Antiguo
Con la llegada al trono de los faraones de la VI dinastía, el Imperio Antiguo encontró la cumbre de su desarrollo. Este clan estuvo compuesto por siete reinados irregulares tanto en duración como en relevancia y su poder perduró aproximadamente desde el 2314 hasta el 2200 antes de la era presente. Los gobernantes de este momento fueron, en orden cronológico, Teti (Seheteptaui), Usercarè, Pepi I, Merenrè, Pepi II, Merenrè II (Antyemsaf) y Nitocris. Durante el reinado de la VI dinastía se concretaron grandes cambios en lo que respecta a la política; el principal de ellos fue la descentralización del poder, ocasionada por el engrandecimiento de personajes y figuras en el ámbito social.
Continuando las tradiciones de la V dinastía, se denotan los cambio políticos.
el crecimiento de las pequeñas ciudades en todos los ramos, con la muerte de Pepi II dio comienzo a una era conocida como el primer período Intermedio, que abarcó desde el año 2200 hasta el 2040 a.C., tiempo calificado por los historiadores como el más sombrío y confuso de Egipto. Las dinastías gobernantes se agrupan desde la VII hasta la X y gran parte de la XI. En la X vuelven a presentarse guerras civiles, la más importante de las cuales es protagonizada por la ciudad de Tebas y la de Heracleópolis, que dio como resultado el nacimiento de la Dinastía XI o Tebana.
Finalmente, la violencia empleada por los tebanos para obtener el dominio de Egipto hizo que el ejército, hasta ese momento secundario en el desarrollo político de este imperio, se consagrara como un constante peligro para la estabilidad del poder real. No obstante, los tebanos consiguieron la preponderancia que deseaban y con ella preservaron el gobierno y la unificación egipcia hasta el año 2040 a.C., cuando llegó a su fin el período Intermedio.
El imperio Medio
Este período se inició bajo el mando de Nebhepetrè-Mentuhotep, iniciador de la XI dinastía. El principio de dicha época aún no se ha establecido, pero se sabe que Mentuhotep I (hay tres faraones con este nombre) alcanzó a pacificar a todo Egipto mediante la deposición del monarca de Asyut y el mantenimiento de garantías a los reyes de Hermópolis y Beni Hasan.
Mentuhotep II, hijo del primero, fue el segundo monarca de esta era, y a una edad avanzada se sentó en el trono de un territorio pacificado y tranquilo, heredado de su padre. Durante el corto tiempo que estuvo al mando Mentuhotep II se preocupó por la construcción de templos en el Alto Egipto, con lo que se rescató la belleza y sobriedad que siempre habían caracterizado a las edificaciones de esa zona. Sin mayores sobresaltos terminó su gobierno para entregarlo a Mentuhotep III, con quien finalizó la XI dinastía en 1991 a.C., de la cual no se conocen mayores datos. Con el ascenso de Amenemmes I se inició la XII dinastía alrededor del año 1990 a.C.
Igualmente, para recuperar el prestigio real que se había perdido desde la VI dinastía, Amenemmes I restableció un control fiscal sobre las provincias. Durante su reinado surge la figura de Sesostris, quien conspiró contra el soberano y le arrebató el poder, constituyéndose como nuevo faraón. En este período, que duró cerca de 38 años, Egipto alcanzó gran esplendor nacional e internacional.
Con la sucesión al trono del hijo de Sesostris, Amenemmes II, y posteriormente al hijo de éste, Sesostris II, la resplandeciente situación social, política y administrativa que había dejado Sesostris I, padre y abuelo, continuó. Sin embargo, el reinado de Sesostris III, entre 1878 y 1843 a.C., fue el de mayor importancia y su medida más importante fue la supresión de los monarcas provinciales.
Amenemmes III, hijo de Sesostris III, sucedió a su padre a partir de 1842, permaneciendo en el trono hasta 1797 a.C. Su mandato se caracterizó por la paz y la tranquilidad vividas en Egipto.
Amenemmes IV fue el sucesor del tercer Sesostris, El último soberano de esta etapa fue Sebeknefrurè (1789—1786 a.C.), la única mujer faraona de esta dinastía, además de ser la primera reina de la que se tiene noticia en la historia de Egipto.
La literatura egipcia encontró un importante desenvolvimiento con la sucesión de los Amenemmes y los Sesostris, por lo que esta etapa se consagró como la edad de oro del reino.
Segundo período Intermedio
Las dinastías XIII a XVII integran esta etapa del desarrollo egipcio. La XIII, o dinastía tebana, desde 1785 hasta 1647 a.C. y se caracterizó por ser un período de decadencia en el dominio de los soberanos. Lo mismo se puede afirmar de la número XIV, que evolucionó a la par de la anterior y estuvo conformada por los herederos de Xois, en el delta del Nilo. Nuevamente Egipto estaba fraccionado. En 1678 a.C. se inicia la XV dinastía, erigida por los hicsos (que quiere decir “jefe del montañoso país extranjero”), llegados al delta —donde establecieron su capital, Avaris— como invasores desde Siria y Palestina y a quienes se debe el empleo de caballos y carros de guerra en el país de las pirámides. La dinastía conocida como XVI parece haber sido contemporánea de la XV, integrada también por los hicsos, cuyo fin ocurrió en 1570. La última estirpe de este período fue la XVII, que se extendió desde el 1600 hasta el 1570 a.C., estando a cargo de los gobernantes de Tebas, quienes, en busca de recuperar el poder perdido a manos de los hicsos, emprendieron grandes empresas bélicas, especialmente en tiempos de Kamos, uno de los faraones más combativos.
El imperio Nuevo
Apenas en el comienzo de la XVIII dinastía, punto de partida del Nuevo Imperio, Amhosis captura y expulsa de Egipto a los habitantes de Avaris junto con el resto de hicsos. En el gobierno de Amhosis y de su hijo Amenofis I, desde 1545 hasta 1525 a.C., se trasladaron grandes ejércitos a las fronteras de Libia y Nubia para protegerlas, y el poder central retornó a Tebas.
Amenofis I fue sucedido por Tutmosis I (1525—1512 a.C.), y éste a su vez por Tutmosis II, entre 1512 y 1504 a.C., artífices ambos de importantes victorias en las campañas de Siria, Palestina y Nubia. En tanto, Tutmosis III se hacía adulto en las filas del ejército, para acceder finalmente al trono unitario en 1469.
La ostentosa existencia de los egipcios no se debía a otra cosa que a los triunfos de su rey en el extranjero. En su reinado, Tutmosis III emprendió la conquista de Siria y Palestina, y en la contienda de Meggido venció contundentemente a los aliados que se agrupaban bajo las órdenes del soberano de Kadesh de Orondes. Luego de dieciséis campañas en territorio asiático, Tutmosis III fundó un inmenso imperio que se extendía hasta las riberas del Éufrates.
Por el sur, sus victorias fueron portentosas, tanto así que Tutmosis III llevó su reinado hasta la cuarta catarata, llegando al punto de nombrar un virrey para Nubia. Amenofis II, quien se destacó como un gran deportista, fue el hijo y sucesor del gran conquistador, y gobernó desde 1450 hasta 1424 a.C. al corto reinado de Tutmosis IV, de 1424 a 1417 a.C., accedió el faraón Amenofis III —conocido como “El Magnífico”.
también descolló por sus conocimientos arquitectónicos, con base en los cuales se construyeron imponentes templos y monumentos, como es el caso de los Colosos de Memnón, que lo representaban.
Pero la paz y la prosperidad tenían cerca su fin. Empezaron a truncarse a finales del mandato de Amenofis III y se agrietaron definitivamente en el de Amenofis IV (1382—1362 a.C.).
Al comienzo de este período, el desorden se enseñoreó de Fenicia y Palestina, al tiempo que los hititas, comandados por Shubiluliuma, se apoderaban de buena parte del Egipto sirio. Amenofis IV cambió su nombre por el de Akenatón, como una forma de hacer honores al dios Atón, que representaba al Sol.
Ante la inexistencia de un heredero masculino al trono, se disputaron el poder dos de los yernos de Akenatón, Sakerhe (1361) y Tutankhamón (1360-1350) —cuyo conocimiento y popularidad se deben especialmente a la tumba ricamente adornada que se le construyó y que fue descubierta en 1922.
Ramsés I fue el encargado de iniciar la XIX dinastía, asentada en Tanis, ciudad adoradora del dios Seth. La creación de la dinastía fue la única tarea de Ramsés I, su gobierno sólo se mantuvo durante el año 1318 a.C., luego de lo cual fue sucedido por su hijo Seti I, quien se encargó de rescatar los territorios perdidos por Akenatón y obtuvo victorias en Siria y Palestina, así como en Kadesh. Seti I dejó el trono a Ramsés II (1304-1237 a.C.), faraón que tuvo serios inconvenientes para preservar a Egipto.
En el período de Ramsés II se puede ubicar la época de esclavitud de los israelitas en Egipto y probablemente su huida bajo el comando de Moisés; las ciudades de Pi’ramses y de Pi’tum coinciden con las bíblicas Raamses y Pithom.
La última dinastía del Imperio Nuevo, la XX, se inició con Ramsés III en 1190 a.C., cuando los egipcios se reunieron para enfrentar la arremetida de los Confederados del Mar, los filisteos, los sicilianos, los sardos, los griegos dánaos, y algunas otras fuerzas de menor envergadura. Las victorias de Ramsés III quedaron grabadas en las paredes del templo que lleva el nombre del triunfador, en Medinet Habu. A partir de 1157 a.C., con la muerte del “Defensor de Egipto”, vino una secuencia de Ramseses, desde el IV hasta el XI, quienes gobernaron entre 1156 y 1063 a.C. El poder estaba principalmente en manos de los sacerdotes de Amón-Ra. A tal punto llegó el control ejercido por estos religiosos que, en el 1069 a.C., el sumo sacerdote de Karnahk se instituyó como gobernante plenipotenciario de Tebas, desconociendo incluso las órdenes de Ramsés XI.
Las dinastías finales
En 1062 de la era antecristiana se da comienzo a la XXI dinastía, a cargo de Smhendes, quien instauró su capital en Tanis los gobernantes de la dinastía teocrática de Hrirhor se mantuvieron en Tebas. La dinastía XXII se extendió a su vez desde el 935 hasta el 725 a.C., teniendo como principal particularidad que es en ese momento cuando empieza el nuevo gobierno de los extranjeros sobre Egipto. El primero de ellos fue Shashank I, quien reunificó al país gracias a que uno de sus hijos fue nombrado sacerdote supremo de Amón-Ra;. Luego siguió Oshorkón II, quien envió guerreros a Karkar para que lucharan con los aliados siriopalestinos en contra de Salmanasar III. Finalmente gobernaron Takelot II y Shashank IV. Las dinastías XXIII y XXIV fueron paralelas a la anterior, sólo duraron un par de décadas. En el 712 a.C. Pianki tomó posesión de Egipto, derrotando sin mayores dificultades a Senthnakhte, faraón de la XXIV dinastía, y fundando la XXV.
En el 660 a.C., los asirios se abalanzaron sobre el resto del reino y pusieron en huida a los etíopes.
El rey Psamético I se encargó de apoyar en gran escala las artes y la industria, obteniendo como resultado una época de bonanza que, sin embargo, relegaba a los nativos de Egipto y los ponía en un segundo plano.
Las artes y la religión
Los egipcios son, uno de los pueblos que más enseñanzas han dejado a la posteridad.
Lo que los habitantes del valle del Nilo querían de sus esculturas era la inmortalidad, sin descuidar por ello la belleza y la armonía.
En el Reino Antiguo, por ejemplo, en el que se construyeron las pirámides y la estatua de Kefrén, parece que se busca una vida hermosa para los muertos.
a partir de la XVIII dinastía y bajo el mando de los Tutmosis, los talladores, escultores y pintores rememoraron épocas pasadas, a la par que el país retomaba su esplendor. Luego, con Akenatón, se produce el único cambio digno de remembranza en el desenvolvimiento de las artes de Egipto. Es este emperador quien al declararse servidor de Atón da libertad a los creadores para que expresen en sus obras la belleza del valle y sus animales, sin los estereotipos del pasado. Infortunadamente, con el nacimiento de la XIX dinastía las cosas vuelven al letargo del pasado, y la orfebrería, los murales y las tumbas pierden originalidad. En el caso de la escritura, es importante resaltar el descubrimiento de la piedra de Rosetta, por parte de Champollion, a partir del cual se empezaron a descifrar los grandes misterios de los grabados egipcios, que evolucionaron en tres fases, la ideográfica, la silábica y la fonética, todas ellas como una conjunción que dará origen a los alfabetos antiguos. Para los textos literarios se empleó, en primera instancia, la escritura hierática, y posteriormente la demótica.
El compilado más importante de todos cuantos se han hallado es el Libro de los muertos, que supone una guía para que los difuntos se orienten en el mundo de ultratumba.
Cabe anotar que buena parte de la literatura —como es el caso del Mito de Osiris, una de las más conocidas historias de los antiguos habitantes del valle del Nilo—, así como de las artes pictóricas, está basada en la poderosa religión politeísta de los egipcios, en la que se destacan divinidades como Ra (dios del Sol), Shu (emperador del aire), Osiris, Seth, Horus, Isis, Amón, Thot y Maat, entre otros, quienes se encargaban de proteger a las diferentes ciudades de la nación.
El nombre de Egipto se deriva del griego homérico Aiguptus, que se empleó en la Antigüedad para distinguir las tierras del valle del Nilo ubicadas entre la primera catarata del Nilo y el Delta sobre el Mediterráneo. Este territorio se extiende por cerca de 1.000 kilómetros en línea recta y por unos 1.350 a lo largo del cauce del río, completando casi 23.000 kilómetros cuadrados de zonas cultivables. Por ello, y debido a la escasez de lluvias en el delta del Nilo y a la inexistencia casi absoluta de ellas en la parte alta, el laboreo agrícola sólo ha sido posible gracias a la inundación que a fines de junio desborda al río de su lecho y da vida nuevamente a las fértiles tierras de esta región africana.
A partir de finales del Paleolítico Superior, la industria lítica de Egipto empieza a diferenciarse de sus contemporáneas europeas, y a comienzos del Neolítico ya parece darse la formación de dos culturas diferentes en el valle del Nilo, una al norte y otra al sur.
En esa forma, apenas en el transcurso de 1.500 años, empezando a contar en el comienzo del Neolítico, Egipto pasa de ser una sociedad primitiva a constituirse en un estado monárquico con claras tendencias a la centralización del poder.
El pueblo egipcio predinástico agrupaba a unos cinco millones de habitantes.
Todos estos hombres estaban agrupados en 42 distritos, 22 pertenecientes al sur y 20 al norte. Entre los del sur, los más sobresalientes fueron Heracleópolis, Akhetatón, Hermópolis y Tebas —no la ciudad bíblica—; en el norte, se destacaron Avaris, Bubastis, Sais y Heliópolis.
Sobre el momento de la unificación de los dos grupos- es posible que ésta se encuentre alrededor del año 3100 a.C., según monumentos encontrados en la zona de los triunfadores, la del sur.
El rey Narmer, continuó la tarea hasta obtener la unificación definitiva de Egipto, con la cual se pone fin al período predinástico.
El Egipto arcaico
Las dos primeras dinastías de Egipto se dieron en este período cuyo primer rey fue Narmer, a quien se le llamaba Menees, fue él quien llevó inicialmente las dos coronas de la unificación y quien ubicó la capital del imperio en Menfis.
La historia de la I dinastía se basa en el recuento hecho por Manetón y en las tablillas de marfil y ébano encontradas en las necrópolis de Saqqarah y Abidos. Según esto, nueve faraones habrían hecho parte de ella, Narmer, Aha, Khent, Meryt-Neit, Uadjy, Udimu, Ádjib-Miebis, Semerkhet y Qa. Manetón afirma que el poder de estos monarcas se extendió durante dos siglos y medio, partiendo del 2850 a.C.
Según Manetón, la II dinastía comprendió nueve faraones; no obstante, los monumentos que se han descubierto hasta hoy sólo identifican a ocho de ellos Hotepsekhemuy, Nebre, Neterimu, Uneg, Senedj, Sekhemib-Peribsen, Khásekhem y Khásekhemuy. Todo indica que con la llegada de Hotepsekhemuy se obtuvo la total pacificación entre los dos reinos, además de que Menfis pasó a ser la capital administrativa de Egipto.
El antiguo imperio
La III dinastía período denominado Antiguo Imperio, desde el 2615 hasta el 1991 a.C. Pese a que los faraones siguen haciéndose llamar reyes del Alto y Bajo Egipto, la unidad es total y en cualquier punto del imperio se tienen iguales sentimientos hacia el soberano. La agricultura ha florecido y la religión, así como la escritura, la arquitectura y el arte, delinean sus rasgos más importantes. El fundador de la III dinastía fue Dioser, quien ordenó la construcción de la pirámide escalonada de Saqqarah, por cuya elaboración posteriormente fue divinizado el arquitecto Imhotep. En el 2565 a.C. comienza la IV dinastía, que Snofru es el creador. Este faraón logró importantes triunfos bélicos en Nubia y Libia, además de dar un gran empuje al comercio marítimo con Byblos, especialmente en el campo de los cedros. Snofru fue sucedido por Keops, Kefrén y Micerino, los impulsores de la construcción de las tres grandes pirámides que llevan sus nombres, al igual que de la esfinge de Gizeh, atribuida a Kefrén. En la IV dinastía, los impresionantes monumentos que se erigieron a los faraones por orden de ellos mismos, Egipto alcanza un importantes grado de riqueza debido a la centralización cada vez más cerrada de su poder político. Entre el 2440 y el 2315 a.C. se desarrolla la V dinastía, recordada por el ascenso al faraonazgo de los sacerdotes de Heliópolis, entre quienes se destacan Userkaf, Sahuré, Niuserre y Unis, en cuyo reinado se presentan los primeros textos de las pirámides.
Fin del Imperio Antiguo
Con la llegada al trono de los faraones de la VI dinastía, el Imperio Antiguo encontró la cumbre de su desarrollo. Este clan estuvo compuesto por siete reinados irregulares tanto en duración como en relevancia y su poder perduró aproximadamente desde el 2314 hasta el 2200 antes de la era presente. Los gobernantes de este momento fueron, en orden cronológico, Teti (Seheteptaui), Usercarè, Pepi I, Merenrè, Pepi II, Merenrè II (Antyemsaf) y Nitocris. Durante el reinado de la VI dinastía se concretaron grandes cambios en lo que respecta a la política; el principal de ellos fue la descentralización del poder, ocasionada por el engrandecimiento de personajes y figuras en el ámbito social.
Continuando las tradiciones de la V dinastía, se denotan los cambio políticos.
el crecimiento de las pequeñas ciudades en todos los ramos, con la muerte de Pepi II dio comienzo a una era conocida como el primer período Intermedio, que abarcó desde el año 2200 hasta el 2040 a.C., tiempo calificado por los historiadores como el más sombrío y confuso de Egipto. Las dinastías gobernantes se agrupan desde la VII hasta la X y gran parte de la XI. En la X vuelven a presentarse guerras civiles, la más importante de las cuales es protagonizada por la ciudad de Tebas y la de Heracleópolis, que dio como resultado el nacimiento de la Dinastía XI o Tebana.
Finalmente, la violencia empleada por los tebanos para obtener el dominio de Egipto hizo que el ejército, hasta ese momento secundario en el desarrollo político de este imperio, se consagrara como un constante peligro para la estabilidad del poder real. No obstante, los tebanos consiguieron la preponderancia que deseaban y con ella preservaron el gobierno y la unificación egipcia hasta el año 2040 a.C., cuando llegó a su fin el período Intermedio.
El imperio Medio
Este período se inició bajo el mando de Nebhepetrè-Mentuhotep, iniciador de la XI dinastía. El principio de dicha época aún no se ha establecido, pero se sabe que Mentuhotep I (hay tres faraones con este nombre) alcanzó a pacificar a todo Egipto mediante la deposición del monarca de Asyut y el mantenimiento de garantías a los reyes de Hermópolis y Beni Hasan.
Mentuhotep II, hijo del primero, fue el segundo monarca de esta era, y a una edad avanzada se sentó en el trono de un territorio pacificado y tranquilo, heredado de su padre. Durante el corto tiempo que estuvo al mando Mentuhotep II se preocupó por la construcción de templos en el Alto Egipto, con lo que se rescató la belleza y sobriedad que siempre habían caracterizado a las edificaciones de esa zona. Sin mayores sobresaltos terminó su gobierno para entregarlo a Mentuhotep III, con quien finalizó la XI dinastía en 1991 a.C., de la cual no se conocen mayores datos. Con el ascenso de Amenemmes I se inició la XII dinastía alrededor del año 1990 a.C.
Igualmente, para recuperar el prestigio real que se había perdido desde la VI dinastía, Amenemmes I restableció un control fiscal sobre las provincias. Durante su reinado surge la figura de Sesostris, quien conspiró contra el soberano y le arrebató el poder, constituyéndose como nuevo faraón. En este período, que duró cerca de 38 años, Egipto alcanzó gran esplendor nacional e internacional.
Con la sucesión al trono del hijo de Sesostris, Amenemmes II, y posteriormente al hijo de éste, Sesostris II, la resplandeciente situación social, política y administrativa que había dejado Sesostris I, padre y abuelo, continuó. Sin embargo, el reinado de Sesostris III, entre 1878 y 1843 a.C., fue el de mayor importancia y su medida más importante fue la supresión de los monarcas provinciales.
Amenemmes III, hijo de Sesostris III, sucedió a su padre a partir de 1842, permaneciendo en el trono hasta 1797 a.C. Su mandato se caracterizó por la paz y la tranquilidad vividas en Egipto.
Amenemmes IV fue el sucesor del tercer Sesostris, El último soberano de esta etapa fue Sebeknefrurè (1789—1786 a.C.), la única mujer faraona de esta dinastía, además de ser la primera reina de la que se tiene noticia en la historia de Egipto.
La literatura egipcia encontró un importante desenvolvimiento con la sucesión de los Amenemmes y los Sesostris, por lo que esta etapa se consagró como la edad de oro del reino.
Segundo período Intermedio
Las dinastías XIII a XVII integran esta etapa del desarrollo egipcio. La XIII, o dinastía tebana, desde 1785 hasta 1647 a.C. y se caracterizó por ser un período de decadencia en el dominio de los soberanos. Lo mismo se puede afirmar de la número XIV, que evolucionó a la par de la anterior y estuvo conformada por los herederos de Xois, en el delta del Nilo. Nuevamente Egipto estaba fraccionado. En 1678 a.C. se inicia la XV dinastía, erigida por los hicsos (que quiere decir “jefe del montañoso país extranjero”), llegados al delta —donde establecieron su capital, Avaris— como invasores desde Siria y Palestina y a quienes se debe el empleo de caballos y carros de guerra en el país de las pirámides. La dinastía conocida como XVI parece haber sido contemporánea de la XV, integrada también por los hicsos, cuyo fin ocurrió en 1570. La última estirpe de este período fue la XVII, que se extendió desde el 1600 hasta el 1570 a.C., estando a cargo de los gobernantes de Tebas, quienes, en busca de recuperar el poder perdido a manos de los hicsos, emprendieron grandes empresas bélicas, especialmente en tiempos de Kamos, uno de los faraones más combativos.
El imperio Nuevo
Apenas en el comienzo de la XVIII dinastía, punto de partida del Nuevo Imperio, Amhosis captura y expulsa de Egipto a los habitantes de Avaris junto con el resto de hicsos. En el gobierno de Amhosis y de su hijo Amenofis I, desde 1545 hasta 1525 a.C., se trasladaron grandes ejércitos a las fronteras de Libia y Nubia para protegerlas, y el poder central retornó a Tebas.
Amenofis I fue sucedido por Tutmosis I (1525—1512 a.C.), y éste a su vez por Tutmosis II, entre 1512 y 1504 a.C., artífices ambos de importantes victorias en las campañas de Siria, Palestina y Nubia. En tanto, Tutmosis III se hacía adulto en las filas del ejército, para acceder finalmente al trono unitario en 1469.
La ostentosa existencia de los egipcios no se debía a otra cosa que a los triunfos de su rey en el extranjero. En su reinado, Tutmosis III emprendió la conquista de Siria y Palestina, y en la contienda de Meggido venció contundentemente a los aliados que se agrupaban bajo las órdenes del soberano de Kadesh de Orondes. Luego de dieciséis campañas en territorio asiático, Tutmosis III fundó un inmenso imperio que se extendía hasta las riberas del Éufrates.
Por el sur, sus victorias fueron portentosas, tanto así que Tutmosis III llevó su reinado hasta la cuarta catarata, llegando al punto de nombrar un virrey para Nubia. Amenofis II, quien se destacó como un gran deportista, fue el hijo y sucesor del gran conquistador, y gobernó desde 1450 hasta 1424 a.C. al corto reinado de Tutmosis IV, de 1424 a 1417 a.C., accedió el faraón Amenofis III —conocido como “El Magnífico”.
también descolló por sus conocimientos arquitectónicos, con base en los cuales se construyeron imponentes templos y monumentos, como es el caso de los Colosos de Memnón, que lo representaban.
Pero la paz y la prosperidad tenían cerca su fin. Empezaron a truncarse a finales del mandato de Amenofis III y se agrietaron definitivamente en el de Amenofis IV (1382—1362 a.C.).
Al comienzo de este período, el desorden se enseñoreó de Fenicia y Palestina, al tiempo que los hititas, comandados por Shubiluliuma, se apoderaban de buena parte del Egipto sirio. Amenofis IV cambió su nombre por el de Akenatón, como una forma de hacer honores al dios Atón, que representaba al Sol.
Ante la inexistencia de un heredero masculino al trono, se disputaron el poder dos de los yernos de Akenatón, Sakerhe (1361) y Tutankhamón (1360-1350) —cuyo conocimiento y popularidad se deben especialmente a la tumba ricamente adornada que se le construyó y que fue descubierta en 1922.
Ramsés I fue el encargado de iniciar la XIX dinastía, asentada en Tanis, ciudad adoradora del dios Seth. La creación de la dinastía fue la única tarea de Ramsés I, su gobierno sólo se mantuvo durante el año 1318 a.C., luego de lo cual fue sucedido por su hijo Seti I, quien se encargó de rescatar los territorios perdidos por Akenatón y obtuvo victorias en Siria y Palestina, así como en Kadesh. Seti I dejó el trono a Ramsés II (1304-1237 a.C.), faraón que tuvo serios inconvenientes para preservar a Egipto.
En el período de Ramsés II se puede ubicar la época de esclavitud de los israelitas en Egipto y probablemente su huida bajo el comando de Moisés; las ciudades de Pi’ramses y de Pi’tum coinciden con las bíblicas Raamses y Pithom.
La última dinastía del Imperio Nuevo, la XX, se inició con Ramsés III en 1190 a.C., cuando los egipcios se reunieron para enfrentar la arremetida de los Confederados del Mar, los filisteos, los sicilianos, los sardos, los griegos dánaos, y algunas otras fuerzas de menor envergadura. Las victorias de Ramsés III quedaron grabadas en las paredes del templo que lleva el nombre del triunfador, en Medinet Habu. A partir de 1157 a.C., con la muerte del “Defensor de Egipto”, vino una secuencia de Ramseses, desde el IV hasta el XI, quienes gobernaron entre 1156 y 1063 a.C. El poder estaba principalmente en manos de los sacerdotes de Amón-Ra. A tal punto llegó el control ejercido por estos religiosos que, en el 1069 a.C., el sumo sacerdote de Karnahk se instituyó como gobernante plenipotenciario de Tebas, desconociendo incluso las órdenes de Ramsés XI.
Las dinastías finales
En 1062 de la era antecristiana se da comienzo a la XXI dinastía, a cargo de Smhendes, quien instauró su capital en Tanis los gobernantes de la dinastía teocrática de Hrirhor se mantuvieron en Tebas. La dinastía XXII se extendió a su vez desde el 935 hasta el 725 a.C., teniendo como principal particularidad que es en ese momento cuando empieza el nuevo gobierno de los extranjeros sobre Egipto. El primero de ellos fue Shashank I, quien reunificó al país gracias a que uno de sus hijos fue nombrado sacerdote supremo de Amón-Ra;. Luego siguió Oshorkón II, quien envió guerreros a Karkar para que lucharan con los aliados siriopalestinos en contra de Salmanasar III. Finalmente gobernaron Takelot II y Shashank IV. Las dinastías XXIII y XXIV fueron paralelas a la anterior, sólo duraron un par de décadas. En el 712 a.C. Pianki tomó posesión de Egipto, derrotando sin mayores dificultades a Senthnakhte, faraón de la XXIV dinastía, y fundando la XXV.
En el 660 a.C., los asirios se abalanzaron sobre el resto del reino y pusieron en huida a los etíopes.
El rey Psamético I se encargó de apoyar en gran escala las artes y la industria, obteniendo como resultado una época de bonanza que, sin embargo, relegaba a los nativos de Egipto y los ponía en un segundo plano.
Las artes y la religión
Los egipcios son, uno de los pueblos que más enseñanzas han dejado a la posteridad.
Lo que los habitantes del valle del Nilo querían de sus esculturas era la inmortalidad, sin descuidar por ello la belleza y la armonía.
En el Reino Antiguo, por ejemplo, en el que se construyeron las pirámides y la estatua de Kefrén, parece que se busca una vida hermosa para los muertos.
a partir de la XVIII dinastía y bajo el mando de los Tutmosis, los talladores, escultores y pintores rememoraron épocas pasadas, a la par que el país retomaba su esplendor. Luego, con Akenatón, se produce el único cambio digno de remembranza en el desenvolvimiento de las artes de Egipto. Es este emperador quien al declararse servidor de Atón da libertad a los creadores para que expresen en sus obras la belleza del valle y sus animales, sin los estereotipos del pasado. Infortunadamente, con el nacimiento de la XIX dinastía las cosas vuelven al letargo del pasado, y la orfebrería, los murales y las tumbas pierden originalidad. En el caso de la escritura, es importante resaltar el descubrimiento de la piedra de Rosetta, por parte de Champollion, a partir del cual se empezaron a descifrar los grandes misterios de los grabados egipcios, que evolucionaron en tres fases, la ideográfica, la silábica y la fonética, todas ellas como una conjunción que dará origen a los alfabetos antiguos. Para los textos literarios se empleó, en primera instancia, la escritura hierática, y posteriormente la demótica.
El compilado más importante de todos cuantos se han hallado es el Libro de los muertos, que supone una guía para que los difuntos se orienten en el mundo de ultratumba.
Cabe anotar que buena parte de la literatura —como es el caso del Mito de Osiris, una de las más conocidas historias de los antiguos habitantes del valle del Nilo—, así como de las artes pictóricas, está basada en la poderosa religión politeísta de los egipcios, en la que se destacan divinidades como Ra (dios del Sol), Shu (emperador del aire), Osiris, Seth, Horus, Isis, Amón, Thot y Maat, entre otros, quienes se encargaban de proteger a las diferentes ciudades de la nación.