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Grecia

Los cretenses

El nacimiento de la civilización cretense se debe entender desde el momento en que empezó a desarrollarse como Estado, a partir del 2600 a.C., aproximadamente. Hace algo más de un siglo se pensaba que la historia de Grecia se iniciaba a la par de los primeros Juegos Olímpicos, en el 776 antes de nuestra era; no obstante, excavaciones posteriores identificaron como ciertas algunas de las narraciones de Homero en sus poemas épicos La Ilíada y La Odisea, como por ejemplo la existencia de Troya, hasta entonces más mítica que real.
En el año 1900 d.C., el inglés Arturo Evans intentó probar la veracidad de la leyenda de Teseo y el Minotauro, cuyas hipótesis se validaron con el hallazgo de las ruinas de un inmenso palacio, el de Cnosos, en la isla de Creta. En ellas, una gran cantidad de habitaciones puso en evidencia lo que hasta entonces se había conocido como el Laberinto o Dédalo en el que Teseo estuvo perdido, logrando salir gracias al hilo dejado por Ariadna, la hija del rey Minos. Creta fue paso obligado de las embarcaciones que iban con dirección a la Europa Occidental en busca de metales como el cobre. Su cultura se vio influida por muchas otras, como la de los fenicios, quienes les dejaron la escritura lineal, y la de los babilonios en cuanto a las bases arquitectónicas. Los cretenses vieron la cumbre de la civilización minoica —cuyo último monarca fue Minos— entre 1750 y 1400 a.C., cuando sus hábiles artesanos trabajaron plácidamente y protegidos por la riqueza comercial de su emporio.


Micenas

Los primeros griegos continentales eran seguramente pastores que llegaron a su lugar de asentamiento hace unos 50 siglos. No eran un grupo compacto, y, al mezclarse con los mediterráneos que ya habitaban esas tierras, la heterogeneidad de su raza se multiplicó. Pese a ello, la totalidad de los griegos hablaba un idioma similar, y los dioses de los unos guardaban bastante similitud con los de los otros.
En esa época no existían lazos políticos entre los helenos, como ellos mismos se llamaban. El país estaba dividido en muchas fracciones, cada una con gobierno propio. Lo anterior se debía, sobre todo, a los factores geográficos, a las profundas bahías que surcan su extensa costa y a la cantidad de islas que la rodean. De todos modos, cuando los aqueos (que al parecer ya eran griegos, pues hablaban y escribían una lengua bastante similar a la de éstos) conquistaron el país, llegando incluso a Creta, en el 1600 a.C., cada uno de los jefes de las regiones se llamó a sí mismo rey. Pero en el momento en que decidieron marchar juntos a la batalla de Troya, uno de esos monarcas quedó por encima de los demás, aunque fuese nominalmente.
Hay que tener en cuenta que los emperadores griegos de la época de Micenas no eran ostentosos por su trono sino que preferían destacarse por sus capacidades para labrar y edificar, al tiempo que sus esposas colaboraban en los quehaceres domésticos con los sirvientes.
Los micénicos establecieron relaciones comerciales con la mayoría de pobladores de Asia Menor, empleando para ellos sus conocimientos marítimos; además, lograron llegar a un elevado nivel cultural, muestra de ello las obras en barro y metal que se han descubierto en varias perforaciones de los investigadores, así como algunos de los palacios y monumentos que datan de su período.


Los dorios

Cuando los aqueos retornaron a Grecia luego de su periplo por Troya, esperanzados en formar un Estado poderoso a partir de las experiencias adquiridas, se encontraron con una mala noticia. Aproximadamente en el año 1100 a.C., la invasión de los dorios, quienes también venían del norte, había puesto fin a la civilización micénica. No obstante, los abatidos buscaron refugio en Asia Menor, donde pronto desarrollaron una cultura de caracteres tan elevados que la vieja Grecia tardó casi doscientos años para ponerse a la par. Los conflictos en Grecia eran el pan de cada día. Los dorios se fueron apoderando de todas las ciudades, algunas veces en forma pacífica; la única que no sucumbió fue Atenas, tal vez por encontrase fuera del camino fundamental de acción de los usurpadores y porque sus habitantes pelearon sin temor, teniendo al mar como escudo de sus espaldas.
A los dorios debe Grecia el establecimiento de las ciudades-Estado, que constaban de un núcleo urbano, la polis, alrededor del que se establecían las zonas de cultivo o pastoreo. Poco a poco estos centros evolucionaron gubernamentalmente, pasando primero por las monarquías, a las que siguió el mandato de la aristocracia, hasta llegar, en la mayor parte de ellos, a la democracia. Varios factores influyeron para que los griegos buscaran nuevos lugares de establecimiento entre los siglos VIII y VII a.C. Los más importantes fueron el crecimiento demográfico y la crisis económica del campesinado; a partir de ello los helenos se desplazaron hacia el oriente y el occidente, fundando colonias en diferentes lugares, las mismas que permanecieron siempre ligadas a las transformaciones eruditas de la metrópoli pero con una amplia independencia de tipo administrativo.
La migración hacia el oriente, salvando la ya reseñada, se realizó con rumbo a Crimea y al mar de Azov, alcanzando a poblar algunas riberas del Nilo. Los que fueron al occidente, a su vez, fundaron poblados en Sicilia, el sur de Italia y España, y Francia. Todo lo anterior provocó la difusión de las artes y técnicas implementadas por los helenos, sobre todo en la baja Europa.


Los cuatro núcleos y la unidad griega

Grecia se constituyó como la unión de un grupo de ciudades-Estado independientes, ello debido a que el aislamiento geográfico creaba serios problemas a la hora de defenderse de posibles ataques de pueblos vecinos. El tamaño de las polis era menor, o por lo menos similar, al de cualquier municipio rural de la actualidad, y únicamente en la isla de Creta existían más de cincuenta. Con el correr de los años, algunos de estos distritos se fueron agrupando en torno a un poder central con seno en una ciudad. Los cuatro núcleos distritales más importantes adoptaron los nombres de Esparta, Argos, Ática, cuya capital era Atenas, y Beocia, que como ciudad principal eligió a Tebas. Pese a que de vez en cuando se presentaban pequeños conflictos, dos agentes se encargaron de mantener unidos a los helenos la religión y las olimpiadas.
Todos los griegos adoraban las mismas deidades, en cuyo honor se celebraban fiestas en varios momentos del año. Apolo, Poseidón, Diana y Dionisos eran alabados mientras los habitantes de Esparta y Ática fraternizaban, al igual que los de Beocia y Argos. Los templos se mantenían bellamente adornados todo el tiempo, para lo cual fueron creados los consejos religiosos denominados anfictionías, cuyos miembros eran escogidos entre los pobladores de todo el imperio. En su conformación, la anfictionía era algo similar a un congreso nacional actual, que trabajaba en pos de la paz, instituyendo normas en torno a la humanidad y el respeto mutuo en caso de guerra.
No obstante, lo que parece haber tenido mayor importancia en la unión de los griegos es la común afición por los deportes de fuerza y agilidad, como la lucha libre, el lanzamiento de pesas —bala, disco y jabalina— y las carreras. Este tipo de competencias se efectuaba en todas las festividades religiosas, pero las más espectaculares eran las realizadas en Olimpia, al occidente del Peloponeso. A partir del 776 a.C., los helenos dieron un carácter periódico de cuatro años a sus juegos, dándoles por nombre el de olimpiadas, a las que concurrían jóvenes deportistas desde las ciudades de Epidauro, Delfos, Mileto, Corinto, Calcis, Egina y Eritrea, entre otras, que se preparaban durante el cuatrienio anterior al enfrentamiento deportivo, con el fin de obtener la victoria y, así, el afecto y admiración del pueblo y de la aristocracia (de allí proviene el hecho de que los griegos poseyeran los mejores cuerpos de la Antigüedad). El premio conseguido por el ganador era una corona de olivo, considerada como el más grande de los tesoros.


Las sacerdotisas de Delfos

La ciudad de Delfos estaba ubicada en la parte central de Grecia, y en ella tenía lugar la más grande celebración religiosa de todo el imperio; en el templo de Apolo, dios del Sol, se encontraban las sacerdotisas, quienes supuestamente recibían recomendaciones de la deidad para comunicarlas luego al resto de helenos.
Las sacerdotisas eran conocidas como sibilas, y la ceremonia consistía en que ellas se sentaban en unas pequeñas sillas de tres patas, puestas en medio de alguna grieta de una gran piedra. Como de los agujeros salían de vez en cuando jirones de viento, se pensaba que éstos eran el aliento de Apolo, que, al ser respirado por las sibilas, les confería inigualables dotes de sabiduría. A tal punto llegó el poder adivinatorio y premonitorio de las inteligentes mujeres del oráculo de Delfos, que ningún rey se atrevía a emprender ninguna tarea sin antes consultarlas. No obstante, algunos de los consejos de las sibilas contenían dobles mensajes, por lo que algunos monarcas, al apresurase a cumplir los designios por ellas expresados, caían en serías dificultades.


Atenas

La mayoría de las polis de los helenos en el siglo VI a.C. basaban su economía en la agricultura, por lo cual en gran número de ellas los grandes propietarios controlaban la política. Fueron éstos los primeros aristócratas (palabra que proviene de los vocablos griegos aristos, el mejor, y kratein, gobernar o poder), es decir los mejores para gobernar, lo que en realidad se medía por la capacidad económica. Sin embargo, en Atenas las cosas fueron diferentes. Allí predominaban los pequeños agricultores, dependientes de un estrecho pedazo de tierra para subsistir; además, con la llegada del comercio en gran escala a la ciudad, quienes vivían de él también empezaron a pensar en la necesidad de participar en el gobierno.
Más adelante, a partir de las reformas de Clístenes —510 a.C.—, con las cuales Atenas fue subdividida en distritos locales, se dio la posibilidad de que cualquier ciudadano pudiera llegar a formar parte de la administración pública, sin preocuparse por las probables represalias de los aristócratas.


Esparta

Los espartanos eran descendientes directos de los dorios, y en su distrito la clase dirigente pertenecía a la milicia; el resto del pueblo estaba conformado por los periecas —campesinos libres— y por los ilotas —esclavos. Al contrario de los atenienses, ellos se rigieron hasta el final de la polis por un sistema monárquico que compartía el gobierno con los ancianos, una asamblea popular y los cinco éforos. La primera preocupación de Esparta era el adiestramiento de los soldados, ya que, según se cuenta, todos ellos querían parecerse a Licurgo, que pudo haber reinado en el 840 a.C. y de quien se contaban numerosas hazañas y triunfos. El gran poderío que adquirió esta ciudad hacia el siglo V de aquella era se debió a lo anterior, así como a que los espartanos eran seres muy disciplinados no se les permitía emborracharse, y para mostrar a los niños lo desagradable de esa acción embriagaban a los esclavos hasta que se tambaleaban y caían, después de lo cual los dejaban en las posiciones más ridículas.
Una interesante anécdota de la vida en Esparta es la del dinero que empleaban. Licurgo se había encargado de imponer el uso común de pesadas monedas, para que sus súbditos no sintieran mayor deseo de poseerlas. Tal era el peso de los caudales, que un buey no podía cargar más de una pequeña cantidad de ellos.
Según reza la leyenda, Licurgo hizo prometer a sus regidos que no lo desobedecerían hasta cuando regresara de un largo viaje que se proponía emprender. Obtenido el juramento, partió y se dejó morir de hambre para no volver jamás. La noble acción del rey reportó enormes ganancias espirituales y sociales a los espartanos, aunque también algo de introspección. La palabra lacónico viene de Laconia, región en la que habitaban.


Las guerras médicas

El alto desarrollo cultural, cívico y artístico de Grecia se vio interrumpido a causa de la guerra; todo como consecuencia de los conflictos que afrontaban las colonias griegas en el Asia Menor. Los enfrentamientos entre griegos y persas son conocidos como Guerras Médicas, y vieron su nacimiento cuando Ciro atacó a los helenos de Jonia en el 546 a.C., consiguiendo su sometimiento.
Los griegos de Jonia, aliados con los atenienses y los eretrios, intentaron sobreponerse de su derrota pero no lo consiguieron. Darío I, emperador de Persia, decidió vengarse de los griegos por la ayuda que habían dado a sus revoltosos súbditos. Así, conformó un enorme ejército que dividió en dos fuerzas, una terrestre y otra marítima; infortunadamente para él, sus barcos fueron echados a pique por una tempestad, pese a lo cual se apoderó de la mayoría de las islas del Egeo. Sin atender mayormente al infortunio por el que había pasado, Darío I envió dos emisarios a Atenas y a Esparta con el fin de solicitar la rendición de las dos ciudades.
Ante la negativa rotunda de éstas, el rey persa regresó a su país y se armó nuevamente, retornando para realizar su empeño en el 490 a.C. En esta oportunidad, Darío I embarcó a todos sus combatientes, tratando así de evitar el cansancio que acarrearía una marcha por tierra. Los veinte mil hombres que conformaban el ejército persa llegaron sin contratiempos a su destino, incendiaron a Eretria y acamparon en la llanura de Maratón, prestos a efectuar su ataque sobre Atenas. Los atenienses se apresuraron a comunicarse con las demás ciudades del imperio, solicitando su ayuda, pero únicamente Platea colaboró a la causa, aportando mil soldados. Los espartanos se negaron a participar en la lucha debido a que su religión les prohibía batallar hasta cuando la luna cambiara de fase.
Al verse solos, los atenienses no pudieron más que prepararse para enfrentar a los agresores, contando por fortuna con la valiosa participación del comandante de sus tropas, Milcíades, quien ubicó a los 12 mil hombres que lo acompañaban en las Cumbres de Maratón, a poca distancia del lugar donde descansaban los enemigos. Milcíades levantó el ánimo de los atenienses, y en el momento en el que los persas avanzaron sobre Atenas, con todos los arqueros en la parte frontal de sus huestes, el líder heleno ordenó un ataque por los flancos. Los griegos embestían con furia a los invasores, uno de los cuales se encargaba de dos o tres persas; a cada paso que daba la columna central de las tropas de Darío, se veía envuelta por los enardecidos atenienses que no esperaban a ser incitados para caer con fuerza sobre los usurpadores. En poco tiempo, el campo de batalla quedó tapizado con los cadáveres de seis mil persas, mientras que el resto de ellos huía aceleradamente para abordar los barcos que los esperaban en la costa. El rey de Persia juró desquitarse de los atenienses y pasó buena parte de los años que le restaban de vida pensando la forma de crear un ejército invencible que le asegurara la victoria. Sin embargo, la muerte lo sorprendió antes de conseguir su objetivo, y su hijo, Jerjes, fue el encargado de dirigir la empresa vengadora.


Temístocles y Jerjes

Con el nacimiento de Temístocles, la Grecia antigua aseguró su futuro esplendor; de no haber sido así, los persas habrían invadido a los helenos y seguramente nuestras actuales costumbres serían muy diferentes de los que son. No obstante, este ser que en principio se mostró como el gran líder pasó en el final de su vida a ser un traidor, empleando las mismas tretas con que había salvado a su pueblo para desestabilizarlo y conseguir la gracia de los contrarios.
El niño que surgiera de uno de los más humildes hogares de Atenas, en el año 527 a.C., fue creciendo para convertirse, valiéndose de su inteligencia y sagacidad, en uno de los más grandes hombres de la Grecia antigua. Temístocles basaba su popularidad política en la manera familiar con la que se dirigía al pueblo, llamando a cada ciudadano por su nombre y recordando los problemas que los aquejaban para dar su consejo. Aunque estas tácticas no eran bien vistas por la aristocracia ateniense, que veía en él a un vulgar plebeyo con ínfulas diplomáticas, los favores del pueblo eran lo más importante para este personaje. Cuando murió Milcíades, el héroe de Maratón, Temístocles —quien también había peleado en la célebre batalla— fue, al lado de Aristides, llamado el Justo, uno de los dos más famosos caudillos de Atenas. Pese a que el Justo era reconocido por su lentitud de pensamiento y de expresión, sus calidades éticas eran bien conocidas en la región; de Temístocles, mientras tanto, se decía que era capaz de hacer cualquier cosa con tal de alcanzar sus objetivos. Las diferencias entre los dos estadistas se daban en todos los campos, pero la principal concernía a la defensa de su ciudad contra las seguras represalias de los persas. Mientras Aristides opinaba que lo más importante era el fortalecimiento de la tropa terrestre, Temístocles fincaba su idea de crear un mayor poderío marítimo en la necesidad de afianzar el comercio.
Apoyándose en las recomendaciones del oráculo de Delfos, que hacían alusión a murallas de madera, las cuales Temístocles asoció con los barcos, consiguió el aval de los atenienses para construir 180 naves. Al punto de ganar el terreno mencionado, se desplazó a otras ciudades del imperio con la meta de obtener su apoyó para resguardar a Grecia, pero sólo unas pocas decidieron ayudarlo. En el 480 a.C., Temístocles vio que la patria de los helenos estaba perdida y comenzó a buscar una solución desesperada. Mandó una misiva a Jerjes, rey de los persas, alertándole sobre las disputas internas entre los griegos y sugiriéndole que avanzara ya en contra suya a través del Helesponto. Jerjes atendió el llamado del supuesto traidor y, cargando con todo su ejército (calificado por algunos como el más grande de toda la historia, tanto así que se le atribuyen un millón de combatientes), intentó franquear el desfiladero conocido como Paso de las Termópilas, con tan mala suerte que allí lo esperaba Leónidas, rey de Esparta, al comando de 300 hombres.
Los espartanos soportaron los embates persas durante tres días, ocasionándoles serias bajas, pero la traición de un pastor, quien guió a los súbditos de Jerjes por las montañas, enfrentó a los guerreros de Leónidas a los dos fuegos del enemigo, provocando su derrota. Los comandos de Persia no encontraron ningún impedimento para destrozar todo lo griego que encontraban a su paso. Ática fue asolada y junto con ella Atenas, abandonada por sus habitantes.
Pese a que por mar las cosas habían ido mejor para los griegos, las noticias que les llegaban eran muy desalentadoras y algunos de sus barcos querían dejar al puerto de Salamina para huir. Temístocles jugó su última carta, haciendo que uno de sus subalternos se pasara por desertor y comunicara al comandante de la flota persa la determinación de escape tomada por los griegos. Ante esta noticia, Jerjes apuró a sus navíos para que cerraran el paso a los helenos, sin contar con la escasa profundidad de las aguas en las que se encontraban.
La confusión se apoderó de los persas, quienes veían cómo sus naves se hundían chocando unas con otras o estrellándose con los acantilados, mientras que los griegos atacaban sin descanso, provocando la muerte de millares de sus enemigos. En la célebre batalla de Salamina, los escuadrones de Persia fueron derrotados; en su retirada, únicamente dejaron a Mardonio en compañía de 50 mil hombres, encargados de provocar la última batalla entre las dos naciones, contienda en que los helenos salieron nuevamente victoriosos.
Atenas veía como un gran salvador a Temístocles, pero en los años que siguieron a la guerra la pedantería de éste se hizo insoportable y el alarde que hacía de sus riquezas hizo pensar a los atenienses que podía haberlas logrado gracias a los servicios prestados a Jerjes, de los cuales el rey persa nunca sospechó traición. Temístocles partió hacia Persia y allí ganó los favores de Jerjes, acumulando grandes riquezas hasta su muerte, en el 459 antes de la era cristiana. No obstante que Grecia había quedado en buena parte destruida, se podía jactar de haber derrotado al más poderoso de los ejércitos de ese tiempo. Atenas resurgió como el centro social y cultural de los helenos y se convirtió en la más poderosa ciudad del Egeo, mientras Esparta dominaba la parte continental del imperio.
de la mitad del plazo pactado. En el 431 a.C., la mayor parte del imperio griego se unió en contra de Atenas, cuya mayor capacidad económica y logística pudo ser fácilmente superada por el número de combatientes de las demás ciudades de Grecia. La segunda guerra del Peloponeso dejó mal situada a Atenas, Pericles había muerto a causa de la peste y no había alguien capaz de remplazarlo. No obstante, las ansias de poder del joven general Alcibíades pudieron más que la sabiduría de sus detractores.
Atenas rompió la nueva paz acordada iniciando la tercera guerra del Peloponeso, en la que, por la pérdida de su flota naval a manos del espartano Lisandro, tuvo que rendirse vencida por el hambre en el 404. Las murallas de la ciudad fueron derrumbadas, y sus barcos, tierras y posesiones pararon en las arcas de los vencedores.


Alejandro Magno

Tras unos pocos años de cordialidad entre los helenos, fundamentada en la desaparición de Atenas del panorama de la nación, la guerra corintia revivió los caldeados ánimos y propició nuevas batallas sin sentido alguno. Luego fue Tebas la encargada de propiciar un nuevo conflicto con el que pudo ponerse a la cabeza del imperio, haciendo retroceder a los espartanos.
En las huestes tebanas se formó el genio militar de Filipo de Macedonia, quien al retornar a su patria dio comienzo a la gran acometida que lo llevó a unificar a toda Grecia, gracias a ganar en Queronea, en el 338. Luego de dos años de gobierno, Filipo fue asesinado y su hijo Alejandro asumió el trono del vasto país que su padre había conformado.
Alejandro había nacido en el 356 a.C. en la ciudad de Pella, en Macedonia, y a los 20 años se hizo acreedor del reino de Filipo, así como general del magnífico ejército que lo protegía. A su vez, de su madre, la princesa albanesa Olimpias, el Magno heredó la fogosidad y la imaginación que lo caracterizaron. El joven monarca había sido educado nada menos que por Aristóteles, quien se encargó de inculcarle el amor por la cultura griega que, años más tarde, llevaría por Asia con el poder de sus tropas.
Poco importaban a Alejandro las grandes conquistas de su padre; quería apoderarse de todo el mundo para no deberle nada a su progenitor. En el 334 antes de Cristo, derrotó a los persas en el río Granico, luego siguió hacia el sur y en el 333 se apoderó de Siria. Continuando su avance llegó hasta Egipto, en donde el oráculo lo proclamó dios, y poco después fundó Alejandría en la desembocadura del Nilo.
Llegado el año 331 de la era antecristiana, Alejandro arremetió con fuerza sobre el centro del imperio persa, y Darío III cayó apuñalado por su propios guardias, tratando de evitar la captura de su rey por parte del Magno.
El recorrido continuó por Bactria, Sogdiana y Yaxartes, penetrando hasta el río Hyfrasis en la India, donde sus soldados quisieron detenerse. No obstante, Alejandro murió intempestivamente en el 323 a.C. en la entonces suya Babilonia, dejando el imperio que había creado sin nadie que pudiera llevar sus riendas. Tres de los generales del macedonio se dividieron entre sí sus posesiones. Ptolomeo se apropió de la parte septentrional de África, autoproclamándose sucesor de los antiguos faraones egipcios; Seleuco se tomó la tierra de los persas; y Antígono pasó a gobernar en Grecia y en Macedonia. Ptolomeo fue quien mejor supo aprovechar.
Alejandría, la capital de su reino, se convirtió en la sustituta de Atenas en cuanto al desarrollo de las artes y las letras. Grecia, por su parte, no dejó nunca de luchar contra los macedonios; los pueblos bárbaros llegaron desde el norte y los indómitos griegos empezaron a emigrar hacia otros países, donde esperaban encontrar esa paz que no habían hallado nunca en el propio. En esa forma, el idioma griego se difundió notablemente por toda Europa, y los legados que llevaban consigo los helenos se fueron pasando de boca en boca hasta convertirse en parte fundamental de la cultura imperante.


La filosofía y la religión en Grecia

Los precursores de la filosofía en todo el mundo fueron los griegos, a quienes se deben los triunfos que esta disciplina ha dado al mundo. El primer filósofo de Grecia, y así del mundo, fue Tales, nacido en Mileto hacia el año 620 a.C.; quien se destacó desde un principio por su sed de sabiduría, investigaba las estrellas y les enseñaba a los marinos cómo guiarse a partir de ellas en la oscuridad del mar. Asimismo, Tales mostró a los egipcios la manera de conocer la altura de sus pirámides, valiéndose de la sombra que proyectaban, y también quien formuló inicialmente la famosa inquietud “¿de qué está hecha la tierra?”, cuyo valor radica en su ocurrencia.
Esa pregunta fue base para las cavilaciones de los antiguos filósofos griegos. Mientras que Tales de Mileto pensó que la Tierra estaba hecha de agua, Anaximandro —nacido posiblemente en el 600 a.C.— afirmó que su principio generador era el aire, y Heráclito optó por decir que la materia formadora era el fuego. Sin embargo, fue Demócrito (460 a 375 a.C.) quien dijo en esa época que el planeta estaba constituido por átomos.
Contemporáneo de Demócrito fue Sócrates, quien no se preocupó demasiado por encontrar el componente del mundo sino que se dedicó a buscar la mejor forma de vivir. Sócrates basó, seguramente, algunos de sus estudios en el legado del famoso matemático Pitágoras —creador del teorema que lleva su nombre—, preocupado también por entender la perdurabilidad del alma por encima de la materia y la relación entre la sabiduría y la buena conducta entre los hombres.
Platón —que significa ancho en griego— (428 a 348 a.C.) fue el estudiante más destacado de Sócrates. Su nombre real era Arístocles, pero la amplitud de su espalda hizo que se le apodara con el mote que lo ha hecho célebre. Cuando Platón conoció a Sócrates abandonó sus pasadas inquietudes de escritor y se dedicó al estudio de las leyes de la vida.
de toda Grecia. Platón fundó entonces un escuela con el único fin de formar buenos gobernantes, y la llamó academia (por Academos, supuesto dueño de los jardines que servían de espacio para las reflexiones con sus alumnos).
En uno de sus más importantes diálogos escritos, La república, el filósofo hace el más importante enfoque sobre un Estado perfecto que se ha elaborado hasta la actualidad. Además, Platón desarrolló sus teorías a partir de lo que llamó la idea, dándole a este concepto todas las acepciones valederas para hacerlo real. Discípulo de Platón fue Aristóteles, quien vivió entre el 384 y el 322 antes de Cristo. Aristóteles fue uno de los más asiduos visitantes de la academia, a la que asistió por casi 15 años; cuando Platón murió, su más ferviente estudiante no se hizo cargo de la escuela, pues difería en varios puntos de vista de las opiniones de su maestro, a quien no obstante respetó incondicionalmente.
Aristóteles se casó con una princesa del Asia Menor, y así pudo encargarse de una de sus más notables aficiones, los animales. Escribió el texto Historia de animales, primer tratado zoológico del mundo, y luego se dedicó a la educación del entonces pequeño Alejandro de Macedonia.
Cuando Alejandro se hizo rey, Aristóteles retornó a Atenas y fundó el liceo, escuela que los habitantes de la ciudad calificaron de peripatética por la costumbre de sus alumnos de pasear por las calles mientras recibían las doctrinas de su profesor. Este filósofo se preocupó por una materia similar a la de sus dos predecesores en el pensar de la buena conducta, y por ello escribió la Ética. Aristóteles dijo que para ser feliz el ser humano necesitaba tres premisas la del alma, con pensamientos sanos y sinceros; la material, que tenía que ver con los bienes terrenales; y la del cuerpo, es decir la buena salud. Otro libro escrito por Aristóteles fue Política, en el cual alienta a un óptimo aprovechamiento del tiempo libre y a mejorar las relaciones interpersonales; asimismo, este sabio estableció los fundamentos de la lógica y dio los primeros pasos de la metafísica.
Algunos otros pensadores griegos se empeñaron en encontrar el objeto de la vida. Para los epicúreos —seguidores de Epicuro—, por ejemplo, este fin era la felicidad; pero no la que se logra fácilmente sino la que requiere muchos sacrificios. Los estoicos, por su parte, opinaban que la vida gira en torno al deber cumplido, como lo enseñaba Zenón, para quien la sabiduría, el valor, la templanza y la justicia son las cuatro virtudes básicas del hombre.
En cuanto a la religión los griegos, éstos dieron a sus dioses formas y características humanas. Los vicios y las virtudes que encontraban en sí mismos pasaban a dar forma a la personalidad de sus deidades, de las cuales las más importantes eran las comandadas por Zeus, que habitaban el Olimpo. Los demás dioses estaban más cercanos a ellos y eran Dionisos, Deméter, Afrodita, Mestia, Atenea y Apolo.


La tragedia y la comedia

A pocos años del siglo V a.C., la tragedia era una manifestación artística ampliamente reconocida en Atenas. Su nacimiento se dio con motivo de las festividades religiosas efectuadas en honor al dios Dionisos —Baco—, en las que los cantos corales alcanzaron rápidamente un carácter popular y de espectáculo que necesitaban para evolucionar.
Con la aparición de los primitivos ditirambos, la trama se enriqueció y complicó, generando la representación dramática de los mitos de Dionisos. Según parece, la palabra tragedia se deriva de tragos, que en griego significa macho cabrío, que era el disfraz empleado por los coristas. Las presentaciones se hacían en cercanías del templo de Baco, en la falda de la Acrópolis.
los que forman el ciclo de Edipo, rey de Tebas —obras que, a pesar de mantener un hilo conductor, no constituyen una trilogía—, son ellos Edipo rey, Edipo en Colono y Antígona. Eurípides, el último de los tres grandes trágicos griegos, vivió entre el 480 y el 406 a.C. Con él, los miembros del coro pierden totalmente su importancia, al punto de que se puede prescindir de ellos. Diecisiete obras de Eurípides se conservan en la actualidad, y entre ellas las más sobresalientes son Hécuba, Helena, Hipólito coronado, Andrómaca, Medea e Ifigenia en Áulide.
En cuanto a la comedia, podemos hablar de su origen rural, totalmente distinto del citadino de la tragedia. Al parecer, la primera de estas tramas fue esbozada por los dorios, pero de todos modos se generalizó en toda Grecia, adquiriendo su estructura final en Atenas. Pese a la gran popularidad de este tipo de representaciones en toda la Hélade y a que fueron escritas por millares, sólo algunas han sobrevivido al paso de los años. Aristófanes (446 a 385 a.C.) es el principal de los cómicos antiguos, en cuyas obras se ridiculizaba a los personajes públicos de la época, llamándolos por su verdadero nombre, a la vez que los actores empleaban como disfraz unas máscaras parecidas a la cara de sus personajes. Aristófanes era lo que hoy podríamos llamar un conservador, por lo que se oponía a los cambios de cualquier naturaleza. En Las nubes satiriza abiertamente a Sócrates y los sofistas, en Las ranas se va contra Eurípides, y en Los caballeros se burla de Cleón.
Después de la guerra del Peloponeso se prohibió este tipo de comedias, y los autores tuvieron que burlarse de las calamidades comunes a todos los seres humanos, es decir, la avaricia, la envidia, los celos, etc., en lo que se llamó época media. En los tiempos de Alejandro Magno surgió la comedia nueva, que dio un renovado aire al arte de hacer reír, haciendo más fino y pulido el lenguaje que empleaban los personajes de la obra.


Las bellas artes

En los orígenes del arte griego sobresalió como una de sus mayores expresiones la pintura de jarrones. La pintura negra en las vasijas micénicas fue evolucionando aceleradamente, siempre en busca de la perfección.
La máxima calidad de la escultura en Grecia se da en el siglo V a.C., en la etapa clásica, posterior a la arcaica y predecesora de la posclásica (siglo IV, centuria a la que se atribuye la concepción de la Afrodita de Melos, o Venus de Milo).
Para los helenos había tres grandes nombres en el período que va del año 500 al 400 Mirón, Policleto y Fidias (480 a 426 a.C.). No obstante, los trabajos de estos creadores no se han podido establecer en su totalidad. De Mirón se conoce la famosa copia hecha por los romanos de su Discóbolo, que representa a un atleta a punto de lanzar el disco; Policleto es recordado por el manejo de la proporción del cuerpo, que plasmó notablemente en su Lancero, con el que dio respuesta a los griegos que se preguntaban cuáles eran las proporciones perfectas que debía tener el cuerpo humano. Fidias, por su parte, fue el principal encargado de los trabajos de la Acrópolis, y pese a que se desconoce la parte de esta obra que fue tallada por él, la calidad de todas las esculturas allí presentes dan fe de su sabiduría artística. Todo el arte griego perseguía la belleza, vista como la exactitud de las medidas. Por ello, la arquitectura es una de sus más elevadas manifestaciones. Los helenos crearon tres tipos diferentes de adornos para sus construcciones dórico, jónico y corintio. En el primer caso, las columnas o fustes son acanaladas, anchas en la base y angostas en la parte superior, y sobre ellas reposan un almohadón sencillo, llamado equino, y un bloque cuadrado, o ábaco, sobre el que se posan los travesaños; la columna jónica se asienta sobre un pedestal redondo conocido como base, y el equino es tallado en sus extremos a manera de cuernos de carnero, estilo que se puede ver en el Erecteón; y, por último, en la arquitectura corintia, que fue más empleada por los romanos que por los griegos, la base y el fuste se mantuvieron como en el orden jónico, pero el capitel adquirió las características del estilo de papiro, procedente de Egipto, acercándose más en su parecido al acanto griego. Entre las más destacadas construcciones griegas sobresalen el hipódromo, el estadio, el odeón y el teatro, pero ninguna de las demás puede desconocerse por carecer de espectacularidad o gracia.