Los Orientales
Los misterios de la China
Un país de leyendas
Según se cuenta, el origen de la civilización china se remonta al momento en el que p’an ku —el primer hombre— inició el trabajo de organización del universo que le llevó 18 mil años. A su muerte, su cabeza se habría convertido en una enorme montaña, su respiración en viento y nubes, sus lágrimas en ríos, su voz en trueno y los piojos que la habitaban en seres humanos. Luego de p’an ku gobernaron los reyes del Cielo, de la Tierra y del Hombre, cada uno de ellos por un espacio igual al de la conformación del universo.
En adelante, los relatos chinos hablan de los “Diez Períodos de Progreso”, en los que el hombre habría descubierto la mayor parte de las técnicas necesarias para su establecimiento en comunidad. Después surge el primer emperador, Hoan-ti, que con sus cuatro sucesores —Fu-Hi, Shon-Nung, Yan y Yu— conforma la época de los cinco soberanos antediluvianos, entre los años 3000 y 2000 antes de Cristo.
Los chinos eran gobernados por un emperador de características sagradas, pues era considerado hijo del Cielo y sus poderes eran absolutos. Seguían en la escala de poder los mandarines, sobre quienes reposaba la autoridad del emperador; ellos dirigían administrativamente al imperio, encargándose de la imposición de la justicia y el cobro de los impuestos.
Las primeras dinastías
El encargado de la primera dinastía, la de los Hia, fue Yu, en el 1989 a.C. A él se le atribuyen el envió de dos científicos para que midieran la circunferencia de la Tierra, la construcción de caminos y túneles y el laboreo sobre los lechos de los ríos para evitar las inundaciones que azotaban a su pueblo. En 430 años los chinos tuvieron 17 emperadores Hia, todos preocupados por el bienestar de sus súbditos y por el mejoramiento de los cultivos; en su tiempo se desarrolló la cerámica de Ho-nan, y el país se extendió hacia el occidente, fundando once poblaciones.
El último emperador de la dinastía Hia fue Kie, cuya crueldad hizo que uno de los más honrados y prósperos ciudadanos, de nombre Chon-Tang, decidiera organizar la caída del monarca y su ascensión al trono. Así, en el 1558 a.C. comienza el período de los Chang, o Yin, que gobernaron hasta el 1050, haciendo una fuerte oposición al creciente feudalismo y levantando enormemente el nivel de vida de Ngan-Yang, la capital del Estado. Sin embargo, como en el caso anterior, la dinastía Yin decayó a causa de las torturas a que las gentes eran sometidas por parte de Cheu-Sing, aconsejado por la cruel T’a Chi. La situación llegó a tal punto que, a partir de un grupo revolucionario comandado por Wu-Wang, el soberano fue depuesto por un golpe militar, abriéndose paso la extensa dinastía de los Cheu, que tuvo el comando del país por más de ocho siglos, hasta el 221 antes de nuestra era. A la par que Grecia, crecía intelectual y culturalmente. Los emperadores Cheu se encargaban de manejar los destinos de China. Seis de ellos se preocuparon por estudiar e implementar nuevas formas de policultivo, como medida para solucionar el hambre que empezaba a aquejar a sus súbditos. Un hermano de Wu, Tan, se destacó por la organización del Estado en feudos y subfeudos.
Pero lo más importante para la civilización china bajo la dinastía Cheu, a mediados de ésta, en los siglos VI y V a.C., es el nacimiento de los primeros historiadores, sabios y filósofos que enseñaron una forma de vida que aún domina la vida de este país de Oriente. El pensamiento chino alcanza en ese momento su máximo esplendor, representado en múltiples nombres como los de Lao-Tsé y Confucio. La capital del imperio durante la dinastía Cheu fue Lo-Yang, ubicada sobre el río Amarillo. Luego del mandato de Yeu El Melancólico y de P’ing El Pacífico, llega la etapa de los seis reinos belicosos en la que algunas ciudades luchan por la supremacía gubernamental. Al final de estos conflictos y como consecuencia de ellos, la casa Cheu deja a los Chin el poder imperial.
El país de la gran muralla
Los seis reinos fueron aplacados en el 221 a.C. por la fuerza del poderoso Tsin-Chi-Huang-Ti, quien empezó la construcción de la Gran Muralla, que luego alcanzaría las enormes proporciones que aún conserva en los albores del siglo XXI, convirtiéndose en la única obra realizada por el hombre que se puede observar desde la Luna.
Este emperador fundó la dinastía Tsin, o Chin, de la cual proviene el nombre de China; además, se puso en la tarea de unificar al país, dividido en centenares de pequeñas ciudades que pretendían adquirir independencia. También rechazó a los hunos, en el norte, prolongando sus dominios hasta el sur de Mongolia. No obstante, este monarca no llegó a alcanzar el favor de sus gobernados, por cuanto la edificación de la imponente Muralla costó la vida a cerca de medio millón de hombres. Y, por si fuera poco, se proclamó como el “Primer Emperador”, obligando a sus súbditos a quemar los libros que narraban la historia de la nación, como una manera de avalar sus sueños de grandeza. Asimismo, la propiedad privada fue sustraída a sus dueños e incorporada al patrimonio del emperador.
Con el primer representante de la dinastía Tsin, la China cambió su capital a Hien-Yang y se elaboraron amplias vías de comunicación entre las ciudades, permitiendo el aumento del comercio y las posibilidades de trabajo. En el momento de su muerte, en el 210 a.C., los Chin no encontraron un buen sucesor para el creador de su casa imperial, y el personaje que ubicaron allí no supo conservar la majestuosidad dinástica que el primero había pronosticado para 10 mil años de vida.
Lieu-Pang inauguró en el 202 la dinastía Hang, tratando de conservar buena parte de los dogmas de los Chin, entre ellos el de quemar los textos históricos; pero cuando en el 194 ascendió al poder el segundo emperador de esta casa, los libros que habían permanecido escondidos pudieron ver nuevamente la luz y algunos otros fueron reconstruidos totalmente por los magníficos memoristas que los estudiaran antes de su desaparición.
Los mandarines volvieron a ocupar sus antiguos cargos, pero pasando por duros exámenes para llegar a ellos, basados en los cinco clásicos de Confucio. En los cuatro siglos que pasaron los Hang en el comando de China, el emperador Wu-Ti fue quien se destacó mayormente, sobre todo por su erudición y conocimiento de las letras. Entre el 167 y el 113, Wu-Ti conquistó la parte central de Corea y alejó a los hunos de sus territorios en el 121 a.C.; además, distribuyó equitativamente la tierra y fomentó sistemas de préstamo y abastecimiento de insumos, todo apoyado en la sabiduría de sus consejeros.
Hasta el 24 d.C., los hunos siguieron acosando peligrosamente la estabilidad del imperio chino, haciendo que sus monarcas descuidaran el impulso cultural y social para dedicarse a salvaguardar la unidad del país. En el 25, el emperador Kuang-Wu-ti revitalizó al imperio Hang valiéndose de su rama oriental. Poco después de la muerte de César, China era quizás algo más extensa que Roma, y su unidad era mucho mayor que la de los occidentales. Hacia el 65, el budismo da los primeros pasos para convertirse en una de las tres religiones chinas, al lado del taoísmo y del confucianismo.
Con el final de los Hang a causa del levantamiento campesino de los gorros rojos, la nación se divide en tres partes, agrupadas en torno a las ciudades de Nankin, Lo-Yang y Ch’eng-Tu. Mientras unos débiles Tsin occidentales se hacen cargo del imperio, los hunos, los manchúes, los tibetanos y los mongoles se apropian de él. En tres siglos se dieron siete dinastías, entre ellas la Liang y la Suei, pero ninguna con las capacidades de liderazgo necesarias para expulsar a los agresores y recuperar el poder sobre toda China.
Los Tsin orientales se mantuvieron hasta el 420, pero sólo porque escaparon a los hunos y se instalaron en una alejada región con capital en Nankin. Sin embargo, pese a que la dominación de todo Oriente estaba en manos de los unificados bárbaros, los chinos eran los consejeros y en algunos casos los administradores de sus viejas ciudades.
La religiosidad china
Las tres corrientes más importantes de la religiosidad china surgen más o menos en una misma época, entre los siglos VI y V antes de nuestra era. El fundador del taoísmo fue Lao-Tsé, nacido en el 604 a.C. Durante toda su vida se desempeñó como funcionario de la corte Cheu y, cuando esta dinastía llegó a su fin, Lao emigró hacia el Tíbet. Cuando estaba a punto de traspasar la frontera de su país, un aduanero le rogó que le enseñara la verdad sobre la vida. Lao-Tsé escribió durante varios días, y no se levantó hasta terminar los 81 capítulos del Tao-Te-King, que dejó en manos del aduanero.
El Tao enseña la disciplina de la dulzura, la humildad y la piedad, todo ello en busca de que el ser humano retorne a su estado primitivo, con la capacidad de dar sin esperar recompensa a cambio. En la sentencia número 11 de su tratado explica “Treinta radios se juntan en el eje,/ Pero el vacío que hay entre ellos diseña la forma de la rueda./ Se fabrican la ollas con arcilla,/ pero el vacío que la arcilla rodea constituye el ser de la olla./ La casa está formada por muros, ventanas y puertas,/ pero el vacío que hay entre ellas constituye el ser de la casa./ Conclusión el material es útil, pero es lo inmaterial lo que engendra al ser verdadero”.
En suma, el taoísmo trata de inculcar en el ser humano la necesidad de abandonar lo mundano, preocupándose más por la obra que por la consecuencia. Para ello, debe emplear la meditación trascendental y la mística, es decir, sacrificar los placeres terrenales para acceder más rápido a los del espíritu. El confucianismo, por su parte, se origina en la acción de un joven nacido en el 551 a.C. y de nombre Kong-Fu-Tsé (que ha pasado a ser el occidentalizado Confucio). Desde muy corta edad, trató de infundir en sus conciudadanos una nueva doctrina religiosa que perseguía la pureza de las costumbres y el conocimiento de la historia como enseñanza básica para un mejor vivir.
Confucio pasó toda su vida desmintiendo su calidad de profeta y asumiendo el papel más propio de un maestro de la moral y las buenas costumbres. Aunque el confucianismo no rechaza la existencia de divinidades, se centra en la organización del mundo para beneficio de la familia y la sociedad en general; pero todo esto sin atender los requerimientos de los individuos en particular sino siguiendo las consignas de los ancestros y los muertos. Las consignas de la filosofía confucianista son fidelidad, altruismo, humanidad, ecuanimidad, respeto por los ritos, inteligencia y ser un buen hijo. A su creador se le atribuye la redacción del libro de los anales del pasado, o Chu-King; el de los ritos, Li-Ki; el de las cuestiones morales, Ta-Hsueh; y el Yi-King, que explica el dualismo Yang-Yin o del equilibrio. Por último, el budismo se desarrolla al sur de los Himalaya, en la India, por la misma época en que lo hicieron las dos doctrinas anteriormente reseñadas.
Llegó a China por la cuenca del Tarim, en el año 65 a.C. Su expansión por el imperio se debió al acoplamiento de sus teorías con las necesidades espirituales del pueblo de China. Pasado el tiempo, el budismo chino se separó radicalmente del hindú pero, hasta cuando eso sucedió, sus enseñanzas marcaron enormemente las expresiones culturales y la concepción del mundo que tenían los habitantes de esa nación.
Un país de leyendas
Según se cuenta, el origen de la civilización china se remonta al momento en el que p’an ku —el primer hombre— inició el trabajo de organización del universo que le llevó 18 mil años. A su muerte, su cabeza se habría convertido en una enorme montaña, su respiración en viento y nubes, sus lágrimas en ríos, su voz en trueno y los piojos que la habitaban en seres humanos. Luego de p’an ku gobernaron los reyes del Cielo, de la Tierra y del Hombre, cada uno de ellos por un espacio igual al de la conformación del universo.
En adelante, los relatos chinos hablan de los “Diez Períodos de Progreso”, en los que el hombre habría descubierto la mayor parte de las técnicas necesarias para su establecimiento en comunidad. Después surge el primer emperador, Hoan-ti, que con sus cuatro sucesores —Fu-Hi, Shon-Nung, Yan y Yu— conforma la época de los cinco soberanos antediluvianos, entre los años 3000 y 2000 antes de Cristo.
Los chinos eran gobernados por un emperador de características sagradas, pues era considerado hijo del Cielo y sus poderes eran absolutos. Seguían en la escala de poder los mandarines, sobre quienes reposaba la autoridad del emperador; ellos dirigían administrativamente al imperio, encargándose de la imposición de la justicia y el cobro de los impuestos.
Las primeras dinastías
El encargado de la primera dinastía, la de los Hia, fue Yu, en el 1989 a.C. A él se le atribuyen el envió de dos científicos para que midieran la circunferencia de la Tierra, la construcción de caminos y túneles y el laboreo sobre los lechos de los ríos para evitar las inundaciones que azotaban a su pueblo. En 430 años los chinos tuvieron 17 emperadores Hia, todos preocupados por el bienestar de sus súbditos y por el mejoramiento de los cultivos; en su tiempo se desarrolló la cerámica de Ho-nan, y el país se extendió hacia el occidente, fundando once poblaciones.
El último emperador de la dinastía Hia fue Kie, cuya crueldad hizo que uno de los más honrados y prósperos ciudadanos, de nombre Chon-Tang, decidiera organizar la caída del monarca y su ascensión al trono. Así, en el 1558 a.C. comienza el período de los Chang, o Yin, que gobernaron hasta el 1050, haciendo una fuerte oposición al creciente feudalismo y levantando enormemente el nivel de vida de Ngan-Yang, la capital del Estado. Sin embargo, como en el caso anterior, la dinastía Yin decayó a causa de las torturas a que las gentes eran sometidas por parte de Cheu-Sing, aconsejado por la cruel T’a Chi. La situación llegó a tal punto que, a partir de un grupo revolucionario comandado por Wu-Wang, el soberano fue depuesto por un golpe militar, abriéndose paso la extensa dinastía de los Cheu, que tuvo el comando del país por más de ocho siglos, hasta el 221 antes de nuestra era. A la par que Grecia, crecía intelectual y culturalmente. Los emperadores Cheu se encargaban de manejar los destinos de China. Seis de ellos se preocuparon por estudiar e implementar nuevas formas de policultivo, como medida para solucionar el hambre que empezaba a aquejar a sus súbditos. Un hermano de Wu, Tan, se destacó por la organización del Estado en feudos y subfeudos.
Pero lo más importante para la civilización china bajo la dinastía Cheu, a mediados de ésta, en los siglos VI y V a.C., es el nacimiento de los primeros historiadores, sabios y filósofos que enseñaron una forma de vida que aún domina la vida de este país de Oriente. El pensamiento chino alcanza en ese momento su máximo esplendor, representado en múltiples nombres como los de Lao-Tsé y Confucio. La capital del imperio durante la dinastía Cheu fue Lo-Yang, ubicada sobre el río Amarillo. Luego del mandato de Yeu El Melancólico y de P’ing El Pacífico, llega la etapa de los seis reinos belicosos en la que algunas ciudades luchan por la supremacía gubernamental. Al final de estos conflictos y como consecuencia de ellos, la casa Cheu deja a los Chin el poder imperial.
El país de la gran muralla
Los seis reinos fueron aplacados en el 221 a.C. por la fuerza del poderoso Tsin-Chi-Huang-Ti, quien empezó la construcción de la Gran Muralla, que luego alcanzaría las enormes proporciones que aún conserva en los albores del siglo XXI, convirtiéndose en la única obra realizada por el hombre que se puede observar desde la Luna.
Este emperador fundó la dinastía Tsin, o Chin, de la cual proviene el nombre de China; además, se puso en la tarea de unificar al país, dividido en centenares de pequeñas ciudades que pretendían adquirir independencia. También rechazó a los hunos, en el norte, prolongando sus dominios hasta el sur de Mongolia. No obstante, este monarca no llegó a alcanzar el favor de sus gobernados, por cuanto la edificación de la imponente Muralla costó la vida a cerca de medio millón de hombres. Y, por si fuera poco, se proclamó como el “Primer Emperador”, obligando a sus súbditos a quemar los libros que narraban la historia de la nación, como una manera de avalar sus sueños de grandeza. Asimismo, la propiedad privada fue sustraída a sus dueños e incorporada al patrimonio del emperador.
Con el primer representante de la dinastía Tsin, la China cambió su capital a Hien-Yang y se elaboraron amplias vías de comunicación entre las ciudades, permitiendo el aumento del comercio y las posibilidades de trabajo. En el momento de su muerte, en el 210 a.C., los Chin no encontraron un buen sucesor para el creador de su casa imperial, y el personaje que ubicaron allí no supo conservar la majestuosidad dinástica que el primero había pronosticado para 10 mil años de vida.
Lieu-Pang inauguró en el 202 la dinastía Hang, tratando de conservar buena parte de los dogmas de los Chin, entre ellos el de quemar los textos históricos; pero cuando en el 194 ascendió al poder el segundo emperador de esta casa, los libros que habían permanecido escondidos pudieron ver nuevamente la luz y algunos otros fueron reconstruidos totalmente por los magníficos memoristas que los estudiaran antes de su desaparición.
Los mandarines volvieron a ocupar sus antiguos cargos, pero pasando por duros exámenes para llegar a ellos, basados en los cinco clásicos de Confucio. En los cuatro siglos que pasaron los Hang en el comando de China, el emperador Wu-Ti fue quien se destacó mayormente, sobre todo por su erudición y conocimiento de las letras. Entre el 167 y el 113, Wu-Ti conquistó la parte central de Corea y alejó a los hunos de sus territorios en el 121 a.C.; además, distribuyó equitativamente la tierra y fomentó sistemas de préstamo y abastecimiento de insumos, todo apoyado en la sabiduría de sus consejeros.
Hasta el 24 d.C., los hunos siguieron acosando peligrosamente la estabilidad del imperio chino, haciendo que sus monarcas descuidaran el impulso cultural y social para dedicarse a salvaguardar la unidad del país. En el 25, el emperador Kuang-Wu-ti revitalizó al imperio Hang valiéndose de su rama oriental. Poco después de la muerte de César, China era quizás algo más extensa que Roma, y su unidad era mucho mayor que la de los occidentales. Hacia el 65, el budismo da los primeros pasos para convertirse en una de las tres religiones chinas, al lado del taoísmo y del confucianismo.
Con el final de los Hang a causa del levantamiento campesino de los gorros rojos, la nación se divide en tres partes, agrupadas en torno a las ciudades de Nankin, Lo-Yang y Ch’eng-Tu. Mientras unos débiles Tsin occidentales se hacen cargo del imperio, los hunos, los manchúes, los tibetanos y los mongoles se apropian de él. En tres siglos se dieron siete dinastías, entre ellas la Liang y la Suei, pero ninguna con las capacidades de liderazgo necesarias para expulsar a los agresores y recuperar el poder sobre toda China.
Los Tsin orientales se mantuvieron hasta el 420, pero sólo porque escaparon a los hunos y se instalaron en una alejada región con capital en Nankin. Sin embargo, pese a que la dominación de todo Oriente estaba en manos de los unificados bárbaros, los chinos eran los consejeros y en algunos casos los administradores de sus viejas ciudades.
La religiosidad china
Las tres corrientes más importantes de la religiosidad china surgen más o menos en una misma época, entre los siglos VI y V antes de nuestra era. El fundador del taoísmo fue Lao-Tsé, nacido en el 604 a.C. Durante toda su vida se desempeñó como funcionario de la corte Cheu y, cuando esta dinastía llegó a su fin, Lao emigró hacia el Tíbet. Cuando estaba a punto de traspasar la frontera de su país, un aduanero le rogó que le enseñara la verdad sobre la vida. Lao-Tsé escribió durante varios días, y no se levantó hasta terminar los 81 capítulos del Tao-Te-King, que dejó en manos del aduanero.
El Tao enseña la disciplina de la dulzura, la humildad y la piedad, todo ello en busca de que el ser humano retorne a su estado primitivo, con la capacidad de dar sin esperar recompensa a cambio. En la sentencia número 11 de su tratado explica “Treinta radios se juntan en el eje,/ Pero el vacío que hay entre ellos diseña la forma de la rueda./ Se fabrican la ollas con arcilla,/ pero el vacío que la arcilla rodea constituye el ser de la olla./ La casa está formada por muros, ventanas y puertas,/ pero el vacío que hay entre ellas constituye el ser de la casa./ Conclusión el material es útil, pero es lo inmaterial lo que engendra al ser verdadero”.
En suma, el taoísmo trata de inculcar en el ser humano la necesidad de abandonar lo mundano, preocupándose más por la obra que por la consecuencia. Para ello, debe emplear la meditación trascendental y la mística, es decir, sacrificar los placeres terrenales para acceder más rápido a los del espíritu. El confucianismo, por su parte, se origina en la acción de un joven nacido en el 551 a.C. y de nombre Kong-Fu-Tsé (que ha pasado a ser el occidentalizado Confucio). Desde muy corta edad, trató de infundir en sus conciudadanos una nueva doctrina religiosa que perseguía la pureza de las costumbres y el conocimiento de la historia como enseñanza básica para un mejor vivir.
Confucio pasó toda su vida desmintiendo su calidad de profeta y asumiendo el papel más propio de un maestro de la moral y las buenas costumbres. Aunque el confucianismo no rechaza la existencia de divinidades, se centra en la organización del mundo para beneficio de la familia y la sociedad en general; pero todo esto sin atender los requerimientos de los individuos en particular sino siguiendo las consignas de los ancestros y los muertos. Las consignas de la filosofía confucianista son fidelidad, altruismo, humanidad, ecuanimidad, respeto por los ritos, inteligencia y ser un buen hijo. A su creador se le atribuye la redacción del libro de los anales del pasado, o Chu-King; el de los ritos, Li-Ki; el de las cuestiones morales, Ta-Hsueh; y el Yi-King, que explica el dualismo Yang-Yin o del equilibrio. Por último, el budismo se desarrolla al sur de los Himalaya, en la India, por la misma época en que lo hicieron las dos doctrinas anteriormente reseñadas.
Llegó a China por la cuenca del Tarim, en el año 65 a.C. Su expansión por el imperio se debió al acoplamiento de sus teorías con las necesidades espirituales del pueblo de China. Pasado el tiempo, el budismo chino se separó radicalmente del hindú pero, hasta cuando eso sucedió, sus enseñanzas marcaron enormemente las expresiones culturales y la concepción del mundo que tenían los habitantes de esa nación.