Buscar este blog

Nuestras Visitas...

contador de visitas

Edad Antigua

La Edad Antigua es la época histórica que coincide con el surgimiento y desarrollo de las primeras civilizaciones o civilizaciones antiguas.
El concepto más tradicional de historia antigua presta atención al descubrimiento de la escritura, que convencionalmente la historiografía ha considerado el hito que permite marcar el final de la Prehistoria y el comienzo de la Historia, dada la primacía que otorga a las fuentes escritas frente a la cultura material, que estudia con su propio método la arqueología. Otras orientaciones procuran atender al sistema social o el nivel técnico. Recientemente, los estudios de genética de poblaciones basados en distintas técnicas de análisis comparativo de ADN y los estudios de antropología lingüística están llegando a reconstruir de un modo cada vez más preciso las migraciones antiguas y su herencia en las poblaciones actuales.

Prehistoria

Período de la vida de la humanidad que abarca desde los orígenes del hombre hasta la aparición de los primeros testimonios escritos; también, rama de la historia que estudia dicho período. La Prehistoria se considera generalmente dividida en tres grandes etapas: Paleolítico, Neolítico y Edad de los Metales. El Paleolítico se divide en Superior, Medio e Inferior. La Edad de los Metales comprende a su vez tres períodos. En el Calcolítico o Edad del Cobre, la cultura es esencialmente neolítica, pero comienza la metalurgia del cobre. La Edad del Bronce se distingue por la metalurgia de este metal y el nacimiento del comercio. Se prolongó en Europa occidental desde el 2000 hasta el 1000 a.C. La Edad del Hierro, con la que se inicia en Europa la edad histórica, surgió con la metalurgia del hierro, en Asia Menor en torno al s. XIV a.C. y en Europa oriental hacia el s. XI a.C.

Cultura Precolombina

Un desarrollo aislado

Los indígenas americanos evolucionaron de modo particular con respecto a las culturas del resto del mundo, pues si bien es cierto que la mayoría de ellas trabajó por separado para conseguir su progreso, también lo es que los grupos nómadas que se desplazaban incesantemente entre unas y otras representaban en alguna forma un medio de comunicación.
Probablemente tres mil años antes del nacimiento de Cristo empiezan a originarse las primeras culturas americanas, especialmente en los territorios actuales de Perú, Guatemala, Colombia, México y Bolivia. Estos grupos alcanzaron a través del tiempo la misma grandeza de las civilizaciones del llamado Viejo Mundo; los aztecas, los incas, los mayas y los muiscas reunieron en torno sus inmensos territorios, organizados bajo complejas estructuras de poder centralizado que hubieran sido envidiadas por varios de los pueblos asiáticos, europeos y africanos.
Por mucho tiempo se ha tratado en menospreciar el trabajo de las culturas indoamericanas, aduciendo la ausencia de algunos cultivos imprescindibles en el resto del mundo, o el no empleo de la rueda y de los animales de tracción; sin embargo, es importante reconocer que las metas que cada cultura persigue están muy lejos de las de sus similares, y por esta razón los americanos emplearon técnicas diferentes para suplir la carencia de las que no conocían, con resultados que satisficieran sus necesidades.
Dos núcleos indígenas especialmente importantes se fraguaron en América, el meso-americano, en el que se ubican los mayas y los aztecas, y el del altiplano andino, donde se establecieron los muiscas y los incas. Aunque otras culturas florecieron en diferentes lugares del continente, la mayoría de ellas fue absorbida por los mencionados imperios, y una gran parte de las que permanecieron separadas pereció a la llegada de los europeos.


La cultura azteca

Los aztecas eran un pueblo belicoso y conquistador. Su aparición en el territorio mexicano es tardía, ya que antes de su nacimiento como poder, en el siglo XI, la zona en la que se establecieron estuvo habitada por los toltecas, cuyas ciudades en ruinas eran saqueadas por las tribus chichimecas en el momento en el que llegaron los aztecas. Luego de ganar muchas batallas y de sobreponerse a una época de esclavitud en Culhuacán, la región de Mesoamérica fue totalmente suya, exceptuando los reinos de Tlaxcala y Michoacán.
Su organización social es de típico carácter piramidal, en la cabeza de la cual se encuentran los militares, seguidos de los sacerdotes, los comerciantes y el pueblo integrado en clanes. En la mayoría de las ciudades conquistadas predominaba el gobierno democrático, comandado por un consejo en el que estaban representados todos los clanes. Asimismo, casi todas estos pueblos se manifestaron culturalmente en formas muy similares, e incluso terminaron por hablar un mismo dialecto, el náhuatl.
La ciudad de Tenochtitlán es tal vez la que mayor evolución encontró en la arquitectura, cuyas construcciones están edificadas con fines estrictamente funcionales; y en ellas la ingeniería juega un importante papel, al ser la base fundamental de las carreteras, los puentes, los acueductos y las presas que allí se fabricaron. En cuanto a la religión, es una pieza fundamental en la belicosidad de los aztecas, ya que los guerreros, a su muerte, gozaban del privilegio de ir a morar en la casa del Sol. De esa manera, la lucha no sólo significaba el hecho de adquirir nuevas tierras sino que además era parte del culto a los dioses; como ejemplo se puede citar la bandeja que sostenía Chac-Mood, en la que se depositaban los corazones de los enemigos. El dios de la creación de los aztecas es Ipallnemoani; no obstante, la deidad principal es la serpiente emplumada, Quetzalcóatl, que enseña las artes de la agricultura, el gobierno y la metalurgia. Es importante reseñar también el hecho de que esta cultura prefería incinerar los cuerpos en vez de enterrarlos —salvo los de los caudillos y nobles—, con lo que se muestra algún conocimiento de la dualidad entre materia y alma.


La civilización maya

Esta cultura se desenvuelve en Guatemala, en la cordillera de América Central, en la península de Yucatán (de donde se puede suponer un contacto con los olmecas, constructores de grandes y perfeccionadas esculturas) y en los actuales estados mexicanos de Chiapas, Campeche y Tabasco, así como en Honduras. En la historia de los mayas se distinguen dos períodos principales, el antiguo, iniciado a comienzos del siglo IV, que parece haber concluido a causa de algunas catástrofes naturales y del acoso de los vecinos del norte, los toltecas; y el clásico, en el que se construyeron grandes ciudades y ostentosos momumentos religiosos.
Los impuestos mayas eran pagados a partir del trabajo; la participación en la edificación de templos, caminos, etc., se consideraba el mejor tributo en bien de la comunidad. Además, estas labores se realizaban con agrado, pues con ellas se obtenían los favores de los dioses. Su cosmovisión se centra en los trece cielos y los nueve infiernos; según ellos, la Tierra reposa sobre un cocodrilo. Sus más importantes deidades son Itzamna y Yum Kaaz, señores de la sabiduría y el maíz, respectivamente. El organigrama social de los mayas era jerárquico. En su orden estaban los sacerdotes y los aristócratas, los hombres libres y los esclavos. El matrimonio se realizaba a los 18 años en el caso de los hombres, y a los 14 en el de las mujeres; la relación se concertaba entre los padres de la pareja, y el día de la boda los regalos eran abundantes.
Los productos comúnmente cultivados fueron maíz, fríjol, ají, papa, algodón y calabaza. La agricultura y el comercio, en especial de tejidos en algodón, fueron el pilar de su economía, por lo que los mayas no temieron lanzarse al mar Caribe para conocer nuevo pueblos con los cuales comerciar, llegando así a Cuba, Panamá y Jamaica. Para guiarse, empleaban su sabiduría en el reconocimiento de las estrellas, la misma que se manifiesta también en su calendario, destinado no sólo a medir el tiempo sino igualmente a establecer las fechas de las celebraciones religiosas y el destino de los hombres. Algunos investigadores han considerado a la arquitectura maya como la más importante de toda la Antigüedad, debido a sus baños de vapor, puentes de bóveda, pirámides, patios de juego, palacios y templos; la escultura formó parte de las edificaciones a manera de adorno pero siempre buscando la solidez de las estructuras. En el caso de la escritura, la maya es la más desarrollada de toda la América prehispánica, a tal punto que sus caracteres ideográficos se emplearon para narrar historias completas con base en ilustraciones.


El imperio inca

En el momento cumbre del poderío inca, en el imperio de Tahuantinsuyu, su territorio abarcaba dos millones de kilómetros cuadrados, desde el Ecuador hasta la parte norte de Argentina y Chile. En un principio, los incas estuvieron agrupados en pequeñas ciudades-Estado, tres siglos antes de la conquista española; luego, a finales del siglo XIV, el abanderamiento de algunas tribus dio comienzo al imperio, pero cuando éste se empezaba a constituir de manera definitiva, en los albores del siglo XVI, fue destrozado por las armas ibéricas.
Las actividades mercantiles fueron fundamentales en la cultura inca pero siempre descansaban en la agricultura, ampliamente desarrollada a través de sistemas de irrigación patrocinados por el Estado, que confiaba a un grupo de especialistas —entre ingenieros, geógrafos y profesores— el control de la producción agrícola del imperio. Además, a los artículos de manufactura nacional agregaban algunos importados, creando así un comercio de intercambio que beneficiaba notablemente a la economía. Igualmente, la gran variedad de tejidos elaborados en lana virgen y en plumas fue bien empleada por los incas en sus trueques con otros pueblos, sacando de ello incontables beneficios. A partir de materias primas naturales se conseguían cerca de 200 tintes de diferentes colores, que al implementarse en las confecciones eran ennoblecidos con el uso de hilos de oro y plata.
En la cima de la administración estaba el Inca, o emperador, que personificaba a los dioses, asesorado por un buen número de ministros. Luego de efectuar sus conquistas, el Inca se hacía querer de los pueblos dominados, logrando que le permitan permanecer en el poder sin el uso de las armas y conservando su calidad de monarca absoluto. La organización judicial logró grandes niveles de efectividad; las comunidades estaban regidas por tribunales regulares y superiores, que a su vez eran supervisados por inspectores morales. Entre los delitos castigados con la pena de muerte se encontraban el robo, el adulterio, la blasfemia y el homicidio.
La religión representa un elemento importante dentro de los asuntos del gobierno, ya que éste posee particularidades teocráticas. Su creador del universo es Viracocha, y el Sol, organizador del imperio, es el más alabado de los dioses porque de él depende la vida. Creían en la resurrección del cuerpo y la inmortalidad, por lo que sus muertos eran enterrados con víveres y joyas.
La ciudad de Cusco es la más destacada representación de la arquitectura inca, en la cual se destacan los palacios, templos y silos en piedra. La manera como recopilaban los sucesos de sus historias eran los quipos, consistentes en series de cuerdas anudadas de diferentes colores, que —de acuerdo con éstos y la separación entre las ataduras— representaban la narración de los sucesos y servían como ayuda de cálculo, con unidades decimales que iban de diez a mil.


Los muiscas

Estos aborígenes estuvieron establecidos en la región que hoy ocupa Colombia, más exactamente en los actuales departamentos de Boyacá, Santander del Sur y Cundinamarca, en la Cordillera Oriental. El idioma con el que se comunicaban era el chibcha, ampliamente utilizado por diferentes tribus desde el Ecuador hasta Nicaragua. Como fue común en la época precolombina, los muiscas sostenían su economía con la agricultura y el comercio. En el caso de los cultivos, éstos se realizaban en terrazas construidas en las partes inclinadas de las montañas, contando para ello con adecuados sistemas de regadío.
La minería de esmeraldas y carbón, pero sobre todo la de sal, pasaron a ser un importante instrumento en el predominio de los muiscas, ya que a través de su trueque ellos mantenían la supremacía sobre regiones en las que no se daban tales productos. Además, la cestería y la cerámica —empleadas casi exclusivamente en labores domésticas— además de los textiles —utilizados como obsequios y tributos—, aparte de su servicio normal en el vestuario contribuyeron a consolidar los contactos mercantiles de este pueblo. Los muiscas emplearon una moneda consistente en tejuelos de oro que perduró en la Colonia. La organización social estaba bien constituida mientras que las minas pertenecían al Estado, la tierra era de propiedad del pueblo; los tributos eran pagados puntualmente, ya que de ello dependía el avance de los trabajos emprendidos por el gobierno, así como la remuneración de los funcionarios públicos y de la nobleza.
La cosmovisión muisca tiene a Chiminigagua como dios creador, al lado de Bochica, quien, según la leyenda, creó una cascada conocida como el salto del Tequendama al golpear las rocas con una vara. De su arte han quedado varias muestras, sobre todo pictografías, monolitos fálicos y grupos de estatuas, como el de la laguna de Fúquene. Es de apreciar especialmente la calidad que alcanzaron en orfebrería, logrando fabricar joyas de incomparable belleza, las mismas que sorprendieron a los conquistadores españoles a su arribo a tierras muiscas y que los hicieron vagar durante años en busca del codiciado tesoro de que hablaba la leyenda del Dorado.


Las otras culturas

Antes que las culturas mencionadas alcanzaran el esplendor que las caracterizó, existieron en América otros grupos humanos que alcanzaron gran desarrollo pero que perecieron ante el influjo del tiempo y de las nuevas civilizaciones. En México, por ejemplo, todo indica que la ciudad de Teotihuacán, a 40 kilómetros de México D.F., se empezó a construir en el siglo I a.C., demostrando desde entonces la existencia de un orden social en el que ya existían centros religiosos, como el de Cuicuilco. Pese a ello, los pobladores de Teotihuacán, que habían extendido su cultura hasta Guatemala, se vieron debilitados por la arremetida de los toltecas, provenientes al parecer de la ciudad de Tula, probablemente entre los siglos II y XI de nuestra era. En Sur América, culturas como la de Chimu, en el norte de Perú, y la de Nazca, entre Chile y Lima, dejaron grandes legados que son muestra de su avance, iniciado muchos siglos antes de nuestra era. Por otro lado, templos como el de la civilización Chavín —que existió entre el siglo VII a.C. y el I d.C.— y la ciudad de Tiahuanaco, al orillas de lago Titicaca, en Bolivia, desatan serias disputas entre los investigadores, que no logran ponerse de acuerdo sobre cuál de los dos centros influyó más en los incas, atribuyéndoles incluso el hecho de ser capitales del imperio.

La India

La procedencia

Desde el tercer milenio antes de Cristo, los fundadores de la civilización hindú empezaron a evolucionar socialmente en el entorno que habían escogido como propio. Esos hombres eran los drávidas, pertenecientes a una raza de características blancas pero con piel oscura. Sus ciudades estaban magistralmente construidas, y en ellas se empleaban las más ordenadas formas urbanísticas, de manera que sus casas, fabricadas en ladrillo, conformaban pequeños cuadrados que a su vez hacían parte de una inmensa cuadrícula.
Hacia el año 1990 antes de Cristo, las tribus arias provenientes de Rusia comenzaron a introducirse en los territorios de los pobladores del valle del Indo, a través de Irán. El idioma de los invasores era el sánscrito; poco a poco sus aficiones por la naturaleza, expresada en canciones dedicadas al Espíritu del Bosque y a la Doncella del Alba, se fueron mezclando con los viejos y altisonantes ritmos drávidas, al tiempo que sus creadores hacían lo mismo fundiendo las dos razas en una sola.
Tal vez el fruto más importante de la unión de los arios y la gente del Indo fue la introducción de las denominadas castas, que hasta hoy rigen casi en forma inalterada el orden social de los hindúes. Según la tradición, las cuatro primeras castas nacieron de Brahma, el espíritu del mundo, como una forma de diferenciación entre los hombres. Los brahmanes o sacerdotes venían de la boca de Brahma; los kshatriyas o guerreros, de los brazos; los vaisyas o comerciantes y los agricultores, de los muslos; y de los pies provenían los sudras o siervos. Las tres castas superiores correspondieron a los invasores, y la de los sudras a los dominados; existían también los célebres intocables o chandalas, considerados como inferiores a los animales.
El brahmanismo se constituyó en la forma de vida de los hindúes, permitiendo que con el tiempo adquiriera un poder superior al del gobierno. Surgieron subcastas y para ellas se diseñó una serie de reglas llamadas dharma, las cuales debían ser observadas al pie de la letra, so pena de convertirse en “intocable”.


El pensamiento religioso

Dos creencias principales surgieron para tratar de contrarrestar el poderío del brahmanismo el jainismo y el budismo. El primero tuvo como fundador a Nataputta, quien vivió entre el 546 y el 478 a.C. Esta doctrina fundamenta su religiosidad en la manifestación de amor a todos los seres y las cosas. Entre las particularidades más notables del jainismo, se puede mencionar la adhesión de los militares a sus cultos, y el hecho de que una de sus dos sectas principales, la de los digambaras, ha abandonado el uso del vestido.
Mientras tanto, el budismo —que ha alcanzado gran renombre debido a la introducción de sus dogmas en regiones diferentes a la hindú— se inicia con el nacimiento de Siddharta Gotama o Gautama en el 570 a.C. en el seno de una familia de príncipes de Kapilavastu, en Nepal. Siddharta gozó desde muy joven de su riqueza, y cuando era muy pequeño un anciano alertó al rey sobre el futuro místico del príncipe, por lo cual decidió encerrarlo en un palacio para alejarlo de las calamidades de la vida. No obstante, valiéndose de uno de sus criados, el muchacho abandonó su prisión y observó tres espectáculos que cambiaron el rumbo de su existencia un viejo inválido, luego uno inválido atacado por una penosa enfermedad y, por último, un hombre muerto.
Entendiendo que el paso por la Tierra no es tan hermoso como él lo había supuesto, Siddharta dejó su reino y se convirtió en asceta. Con el paso del tiempo, y gracias a la meditación, las viejas concepciones acerca de la pureza cambiaron en la mente del príncipe, cuando descubrió que el espíritu del hombre tendría mejor desarrollo en un cuerpo sano que en uno entorpecido por el ayuno. En ese momento pasó a ser Buda, el Iluminado.
Buda entendió que los extremos eran la peor forma para obtener la pureza del alma, y por esa razón optó por el “camino medio”, que conduce al Nirvana y a la iluminación, en la que la presencia del yo se diluye en la divinidad. Ese camino debe ser recorrido con las “Cuatro Verdades”, de las cuales la más importante es la de las “Ocho Sendas”, que consiste en la rectitud en el obrar, el decidir, el hablar, el pensar, el vivir, el esforzarse, el atender y el concentrarse.


El gobierno

En el siglo VI a.C., la dinastía aria de los Sisunaga avanza desde su asentamiento central a una zona ubicada en la parte media del Ganges; los Magadha trasladan la capital de su reino a Pataliputra —Patna—; y los Persas conquistan las colonias occidentales de la India, que 200 años más tarde pasarían a manos de Alejandro Magno, a cuya muerte surge el poder de Chandragupta Mauyra, fundador de la dinastía Mauyra, primera organizadora del imperio hindú.
El tercer monarca de esa casa, Asoka Priyadarsin, elevó la dinastía a su máxima expresión, dominando toda la India y una parte de la meseta iraní; además, convertido al budismo, celebró el concilio de Papaliputra y fundó la iglesia budista de Ceilán, punto central de la extensión de su religión a Birmania e Indochina. En el siglo I de nuestra era, los kuchanos gobiernan la India pero sólo en el 320, con la llegada de los Guptas, el imperio renace, acrecentado sus territorios y evolucionando socialmente.
En el siglo V, los saqueadores hunos eftalitas dieron buena cuenta de los tesoros del país. En el 712 llegaron al poder verdaderos príncipes con ancestro hindú, pero la confusión reinante, debida a las continuas invasiones, no permitió el desarrollo de sus mandatos.

Los Orientales

Los misterios de la China

Un país de leyendas


Según se cuenta, el origen de la civilización china se remonta al momento en el que p’an ku —el primer hombre— inició el trabajo de organización del universo que le llevó 18 mil años. A su muerte, su cabeza se habría convertido en una enorme montaña, su respiración en viento y nubes, sus lágrimas en ríos, su voz en trueno y los piojos que la habitaban en seres humanos. Luego de p’an ku gobernaron los reyes del Cielo, de la Tierra y del Hombre, cada uno de ellos por un espacio igual al de la conformación del universo.
En adelante, los relatos chinos hablan de los “Diez Períodos de Progreso”, en los que el hombre habría descubierto la mayor parte de las técnicas necesarias para su establecimiento en comunidad. Después surge el primer emperador, Hoan-ti, que con sus cuatro sucesores —Fu-Hi, Shon-Nung, Yan y Yu— conforma la época de los cinco soberanos antediluvianos, entre los años 3000 y 2000 antes de Cristo.
Los chinos eran gobernados por un emperador de características sagradas, pues era considerado hijo del Cielo y sus poderes eran absolutos. Seguían en la escala de poder los mandarines, sobre quienes reposaba la autoridad del emperador; ellos dirigían administrativamente al imperio, encargándose de la imposición de la justicia y el cobro de los impuestos.


Las primeras dinastías

El encargado de la primera dinastía, la de los Hia, fue Yu, en el 1989 a.C. A él se le atribuyen el envió de dos científicos para que midieran la circunferencia de la Tierra, la construcción de caminos y túneles y el laboreo sobre los lechos de los ríos para evitar las inundaciones que azotaban a su pueblo. En 430 años los chinos tuvieron 17 emperadores Hia, todos preocupados por el bienestar de sus súbditos y por el mejoramiento de los cultivos; en su tiempo se desarrolló la cerámica de Ho-nan, y el país se extendió hacia el occidente, fundando once poblaciones.
El último emperador de la dinastía Hia fue Kie, cuya crueldad hizo que uno de los más honrados y prósperos ciudadanos, de nombre Chon-Tang, decidiera organizar la caída del monarca y su ascensión al trono. Así, en el 1558 a.C. comienza el período de los Chang, o Yin, que gobernaron hasta el 1050, haciendo una fuerte oposición al creciente feudalismo y levantando enormemente el nivel de vida de Ngan-Yang, la capital del Estado. Sin embargo, como en el caso anterior, la dinastía Yin decayó a causa de las torturas a que las gentes eran sometidas por parte de Cheu-Sing, aconsejado por la cruel T’a Chi. La situación llegó a tal punto que, a partir de un grupo revolucionario comandado por Wu-Wang, el soberano fue depuesto por un golpe militar, abriéndose paso la extensa dinastía de los Cheu, que tuvo el comando del país por más de ocho siglos, hasta el 221 antes de nuestra era. A la par que Grecia, crecía intelectual y culturalmente. Los emperadores Cheu se encargaban de manejar los destinos de China. Seis de ellos se preocuparon por estudiar e implementar nuevas formas de policultivo, como medida para solucionar el hambre que empezaba a aquejar a sus súbditos. Un hermano de Wu, Tan, se destacó por la organización del Estado en feudos y subfeudos.
Pero lo más importante para la civilización china bajo la dinastía Cheu, a mediados de ésta, en los siglos VI y V a.C., es el nacimiento de los primeros historiadores, sabios y filósofos que enseñaron una forma de vida que aún domina la vida de este país de Oriente. El pensamiento chino alcanza en ese momento su máximo esplendor, representado en múltiples nombres como los de Lao-Tsé y Confucio. La capital del imperio durante la dinastía Cheu fue Lo-Yang, ubicada sobre el río Amarillo. Luego del mandato de Yeu El Melancólico y de P’ing El Pacífico, llega la etapa de los seis reinos belicosos en la que algunas ciudades luchan por la supremacía gubernamental. Al final de estos conflictos y como consecuencia de ellos, la casa Cheu deja a los Chin el poder imperial.


El país de la gran muralla

Los seis reinos fueron aplacados en el 221 a.C. por la fuerza del poderoso Tsin-Chi-Huang-Ti, quien empezó la construcción de la Gran Muralla, que luego alcanzaría las enormes proporciones que aún conserva en los albores del siglo XXI, convirtiéndose en la única obra realizada por el hombre que se puede observar desde la Luna.
Este emperador fundó la dinastía Tsin, o Chin, de la cual proviene el nombre de China; además, se puso en la tarea de unificar al país, dividido en centenares de pequeñas ciudades que pretendían adquirir independencia. También rechazó a los hunos, en el norte, prolongando sus dominios hasta el sur de Mongolia. No obstante, este monarca no llegó a alcanzar el favor de sus gobernados, por cuanto la edificación de la imponente Muralla costó la vida a cerca de medio millón de hombres. Y, por si fuera poco, se proclamó como el “Primer Emperador”, obligando a sus súbditos a quemar los libros que narraban la historia de la nación, como una manera de avalar sus sueños de grandeza. Asimismo, la propiedad privada fue sustraída a sus dueños e incorporada al patrimonio del emperador.
Con el primer representante de la dinastía Tsin, la China cambió su capital a Hien-Yang y se elaboraron amplias vías de comunicación entre las ciudades, permitiendo el aumento del comercio y las posibilidades de trabajo. En el momento de su muerte, en el 210 a.C., los Chin no encontraron un buen sucesor para el creador de su casa imperial, y el personaje que ubicaron allí no supo conservar la majestuosidad dinástica que el primero había pronosticado para 10 mil años de vida.
Lieu-Pang inauguró en el 202 la dinastía Hang, tratando de conservar buena parte de los dogmas de los Chin, entre ellos el de quemar los textos históricos; pero cuando en el 194 ascendió al poder el segundo emperador de esta casa, los libros que habían permanecido escondidos pudieron ver nuevamente la luz y algunos otros fueron reconstruidos totalmente por los magníficos memoristas que los estudiaran antes de su desaparición.
Los mandarines volvieron a ocupar sus antiguos cargos, pero pasando por duros exámenes para llegar a ellos, basados en los cinco clásicos de Confucio. En los cuatro siglos que pasaron los Hang en el comando de China, el emperador Wu-Ti fue quien se destacó mayormente, sobre todo por su erudición y conocimiento de las letras. Entre el 167 y el 113, Wu-Ti conquistó la parte central de Corea y alejó a los hunos de sus territorios en el 121 a.C.; además, distribuyó equitativamente la tierra y fomentó sistemas de préstamo y abastecimiento de insumos, todo apoyado en la sabiduría de sus consejeros.
Hasta el 24 d.C., los hunos siguieron acosando peligrosamente la estabilidad del imperio chino, haciendo que sus monarcas descuidaran el impulso cultural y social para dedicarse a salvaguardar la unidad del país. En el 25, el emperador Kuang-Wu-ti revitalizó al imperio Hang valiéndose de su rama oriental. Poco después de la muerte de César, China era quizás algo más extensa que Roma, y su unidad era mucho mayor que la de los occidentales. Hacia el 65, el budismo da los primeros pasos para convertirse en una de las tres religiones chinas, al lado del taoísmo y del confucianismo.
Con el final de los Hang a causa del levantamiento campesino de los gorros rojos, la nación se divide en tres partes, agrupadas en torno a las ciudades de Nankin, Lo-Yang y Ch’eng-Tu. Mientras unos débiles Tsin occidentales se hacen cargo del imperio, los hunos, los manchúes, los tibetanos y los mongoles se apropian de él. En tres siglos se dieron siete dinastías, entre ellas la Liang y la Suei, pero ninguna con las capacidades de liderazgo necesarias para expulsar a los agresores y recuperar el poder sobre toda China.
Los Tsin orientales se mantuvieron hasta el 420, pero sólo porque escaparon a los hunos y se instalaron en una alejada región con capital en Nankin. Sin embargo, pese a que la dominación de todo Oriente estaba en manos de los unificados bárbaros, los chinos eran los consejeros y en algunos casos los administradores de sus viejas ciudades.


La religiosidad china

Las tres corrientes más importantes de la religiosidad china surgen más o menos en una misma época, entre los siglos VI y V antes de nuestra era. El fundador del taoísmo fue Lao-Tsé, nacido en el 604 a.C. Durante toda su vida se desempeñó como funcionario de la corte Cheu y, cuando esta dinastía llegó a su fin, Lao emigró hacia el Tíbet. Cuando estaba a punto de traspasar la frontera de su país, un aduanero le rogó que le enseñara la verdad sobre la vida. Lao-Tsé escribió durante varios días, y no se levantó hasta terminar los 81 capítulos del Tao-Te-King, que dejó en manos del aduanero.
El Tao enseña la disciplina de la dulzura, la humildad y la piedad, todo ello en busca de que el ser humano retorne a su estado primitivo, con la capacidad de dar sin esperar recompensa a cambio. En la sentencia número 11 de su tratado explica “Treinta radios se juntan en el eje,/ Pero el vacío que hay entre ellos diseña la forma de la rueda./ Se fabrican la ollas con arcilla,/ pero el vacío que la arcilla rodea constituye el ser de la olla./ La casa está formada por muros, ventanas y puertas,/ pero el vacío que hay entre ellas constituye el ser de la casa./ Conclusión el material es útil, pero es lo inmaterial lo que engendra al ser verdadero”.
En suma, el taoísmo trata de inculcar en el ser humano la necesidad de abandonar lo mundano, preocupándose más por la obra que por la consecuencia. Para ello, debe emplear la meditación trascendental y la mística, es decir, sacrificar los placeres terrenales para acceder más rápido a los del espíritu. El confucianismo, por su parte, se origina en la acción de un joven nacido en el 551 a.C. y de nombre Kong-Fu-Tsé (que ha pasado a ser el occidentalizado Confucio). Desde muy corta edad, trató de infundir en sus conciudadanos una nueva doctrina religiosa que perseguía la pureza de las costumbres y el conocimiento de la historia como enseñanza básica para un mejor vivir.
Confucio pasó toda su vida desmintiendo su calidad de profeta y asumiendo el papel más propio de un maestro de la moral y las buenas costumbres. Aunque el confucianismo no rechaza la existencia de divinidades, se centra en la organización del mundo para beneficio de la familia y la sociedad en general; pero todo esto sin atender los requerimientos de los individuos en particular sino siguiendo las consignas de los ancestros y los muertos. Las consignas de la filosofía confucianista son fidelidad, altruismo, humanidad, ecuanimidad, respeto por los ritos, inteligencia y ser un buen hijo. A su creador se le atribuye la redacción del libro de los anales del pasado, o Chu-King; el de los ritos, Li-Ki; el de las cuestiones morales, Ta-Hsueh; y el Yi-King, que explica el dualismo Yang-Yin o del equilibrio. Por último, el budismo se desarrolla al sur de los Himalaya, en la India, por la misma época en que lo hicieron las dos doctrinas anteriormente reseñadas.
Llegó a China por la cuenca del Tarim, en el año 65 a.C. Su expansión por el imperio se debió al acoplamiento de sus teorías con las necesidades espirituales del pueblo de China. Pasado el tiempo, el budismo chino se separó radicalmente del hindú pero, hasta cuando eso sucedió, sus enseñanzas marcaron enormemente las expresiones culturales y la concepción del mundo que tenían los habitantes de esa nación.

Roma

Literatura

El desarrollo de las letras griegas se inicia con Homero, en los tiempos arcaicos, cuando la poesía épica alcanzó su más alto nivel. No obstante que se ha podido conocer la existencia de algunos poetas antes de Homero, como son los casos de Orfeo, Museo y Lino, entre otros, sus obras no han llagado a nuestro tiempo. La épica homérica se desarrolla a través de La Ilíada y La Odisea, en cuyas páginas se narran los triunfos e infortunios de los guerreros griegos de la Antigüedad.
En la primera, la trama gira en torno a la conquista de Ilión —Troya— por parte de la confederación griega a cargo de Agamenón; todo debido al rapto de la esposa del rey de Esparta, Helena, a manos de Paris, hijo del rey de Troya. En este libro se relatan, además, las grandes hazañas de héroes como Diomedes, Áyax, Menelao, Néstor, Telamonio y Ulises.
Precisamente este último es el protagonista de La Odisea, que comienza cuando el prudente Ulises retorna con sus tropas a la isla de Itaca, de la que era rey, pero en este camino es atacado por la cólera de Neptuno, perdiendo la totalidad de sus barcos. Entre tanto en Itaca, Penélope, la esposa de Ulises, es asediada por un sinnúmero de pretendientes que buscan apropiarse de los tesoros de aquél; cuando Ulises regresa a su casa, pobre y sin ser reconocido, mata a los usurpadores y recibe nuevamente el amor de Penélope.
Hesíodo también hace parte de los escritores épicos. Vivió en el siglo VIII antes de nuestra era y, no obstante que se considera el autor de varios poemas, los únicos que se le pueden adjudicar con seguridad son la Teogonía (genealogía de los dioses) y Los trabajos y los días, en el que se dan consejos sobre las labores del campo y la navegación y algunos preceptos religiosos.
En el siglo VI a.C. surgió la poesía lírica, que en la mayoría de los casos era cantada y se acompañaba de algún instrumento musical —casi siempre la lira o la cítara, aunque también se empleó la flauta. Quienes escribían estos poemas eran compositores, y las letras que creaban se adaptaban a la música. Era bastante recordado por los griegos el nombre de Terpandro por sus solemnes cantos litúrgicos o nomos pero ninguno de ellos es conocido en la actualidad. Los más destacados líricos fueron Anacreonte (565 a 478 a.C.), que cantaba a los placeres de la vida, a la existencia cómoda, a los vinos, a la danza y a las flores; Safo (siglo VI a.C.), inspirada cantora del amor, la delicadeza y la pasión; y Píndaro (508 a 428 a.C.), el más grande valor de la lírica en Grecia, reconocido en toda la Hélade.


La leyenda del origen de Roma

Aun cuando algunos romanos se creían descendientes de Eneas, un príncipe troyano, quien habría dejado su ciudad en llamas para llegar a Italia y, al lado de los latinos, edificar a Roma, la mayoría de ellos atendía más a la famosa historia de los dos huérfanos Rómulo y Remo.
Según ella, una de las sacerdotisas del templo de Vesta había sido premiada por el dios Marte concediéndole el don de su amor para procrear un par de gemelos llamados Rómulo y Remo. El rey de la nación los aborrecía, y por ello los tiró a las crecidas aguas del Tíber, de cuya furia fueron salvados por una loba que los amamantó hasta cuando un pastor los halló, los acogió como hijos y se hizo cargo de ellos. Años más tarde Rómulo fundó Roma.
También recordaban los romanos la leyenda de Horacio Cocles, quien se habría enfrentado solo a los etruscos para defender la libertad ya conseguida por su pueblo. Se cuenta que Horacio ordenó a sus compatriotas que derrumbaran el puente que él custodiaba, para evitar así el paso de los opresores; y, luego de dar muerte a varios de ellos, se lanzó al Tíber logrando alcanzar la orilla, en la que lo esperaban sus amigos para agasajarlo.


La conquista de Italia

En un principio todos los pueblos latinos se agruparon para vencer a los etruscos, alcanzando su meta en el año 396 a.C., cuando Veii se rindió luego de un prolongado sitio. Sin embargo, esa victoria no fue la panacea para la ansiada paz de los romanos; en el 387, los galos asolaron a la liga latina y saquearon y quemaron a Roma, con excepción de la fortaleza edificada en la colina del Capitolio, donde se habían refugiado los habitantes de la ciudad, los mismos que, para salvarse, compraron su vida con media tonelada de oro.
Al ver que su deficiente defensa se basaba en una escasa protección de su centro urbano, los romanos se apresuraron a levantar poderosos muros para rodearlo. Algunas aldeas y tribus cercanas vieron en ellos a unos protectores, y por ello les solicitaron que los acogieran como hermanos y les dieran su respaldo. No obstante, otras ciudades asumieron como peligrosa la supremacía que el pequeño emporio estaba adquiriendo, y determinaron asociarse para enfrentarla pero Roma las derrotó definitivamente en el 338 antes de nuestra era, emprendiendo desde ese momento la conquista de toda Italia, ya en calidad de capital del Lacio.
Aunque el interés de Roma no era dominar vastos territorios, en ese momento la realidad era invadir o ser invadida. Los clanes semitas del sur de la península se lanzaron contra los romanos y los doblegaron en muchas ocasiones; pero finalmente fueron abatidos cuando se aliaron a los galos, a los umbrios y a los últimos reductos etruscos en la batalla de Talento, en el 272 a.C., con la que Roma logró consolidar su supremacía.


Las guerras púnicas

Al verse dueños de Italia, los romanos se dieron cuenta del poder que era posible acumular. En la conquista del Mediterráneo, su primer enemigo fue Cartago, a cuyos habitantes los romanos llamaron punos, por lo que las contiendas entre ambas naciones se conocen como Guerras Pú-nicas. El origen del conflicto se dio en un pequeño altercado entre dos grupos de sicilianos en su isla y al que acudieron las tropas de los dos bandos, terminando por enfrentarse.
Como los cartagineses contaban con una especializada flota marítima, los romanos retornaron a su patria con el fin de construir un número de barcos suficientes para dar pelea. En sus naves, habían adaptado grandes plataformas con garfios en los extremos, para extenderlas hacia las naos de sus enemigos, buscando la batalla cuerpo a cuerpo. Así las cosas, las tropas de Cartago fueron abatidas y así los punos tuvieron que regresar a su ciudad para rearmarse, pero los romanos los persiguieron y derrotaron, al punto de tocar las puertas de la fortaleza de los vencidos.
El comandante de los romanos, Marco Atilio Régulo, no contó con que la mayor parte del ejército de sus contrincantes se encontraba aplacando una revolución al sur de su nación, y poniendo extremas condiciones de rendición a los cartagineses los obligó a luchar. A punto de comenzar la riña el griego Xantipio, a la cabeza de los sitiados, dio buena cuenta de los romanos dando muerte a mas de 20 mil, al tiempo que capturaba a otros cinco mil, entre los que se encontraba Régulo.
Luego de permanecer cinco años en calidad de prisionero, Régulo fue enviado a Roma para que convenciera a su pueblo de la paz, con la firme promesa de regresar a Cartago si no conseguía su misión. En su ciudad natal, el abatido general habló ante el Senado y pidió que se atacase con la mayor furia posible a sus engastuladores; posteriormente se dispuso a cumplir su palabra, aunque sabía que esa decisión le representaría la muerte.
Los romanos reunieron todo cuanto tenían y fabricaron más de 200 barcos, y con ellos cayeron sobre los cartagineses y los destrozaron sin piedad en el 241 a.C., poniendo fin a una guerra de 23 años. Sicilia y Cerdeña quedaron bajo su dominio, mientras los de Cartago empezaron la conquista de España, a cargo de Amílcar. Por 20 años se mantuvo la paz; pero cuando murió Asdrúbal, el sucesor de Amílcar, hijo del primero, Aníbal, tomó el mando entre los cartagineses e inició la Segunda Guerra Púnica, atacando a la ciudad española de Sagunto, aliada de Roma, en el 219 antes de la era cristiana.
Aníbal tomó entonces una determinación que lo dejaría muy cerca de la victoria definitiva sobre los romanos. Para él, la única forma de vencer a sus oponentes era llegando hasta su territorio, y por ello emprendió una marcha suicida rumbo a Italia. Después de superar los Pirineos, los cartagineses llegaron hasta el pie de los Alpes, y sin esperar un minuto iniciaron el ascenso a las heladas cumbres. Tras nueve días de camino, y más de 10 mil perdidas humanas, Aníbal y sus hombres llegaron a Italia. En principio, los de Cartago ganaron a los romanos las batallas de Tesino y Trebia, haciéndose señores del norte de la península. A partir de entonces, los invasores avanzaron hacia el sur, cruzando los pantanos del río Arno, arrollando a los romanos en el lago Trasimero y logrando, en el 216 a.C., su más grande victoria en la batalla de Cannas.
Los romanos cambiaron entonces su táctica. Enviaron a España a Publio Cornelio Escipión, quien se apoderó de Cartagena y Cádiz y luego se dirigió al África, amenazando la estabilidad de Cartago. Aníbal fue llamado en el 203 por quienes los habían abandonado, y en el 202 se enfrentó a Escipión en Zamma; el vencedor de Cannas intentó emplear el mismo truco que le había dado el triunfo allí, rodeando a los romanos por todos los flancos, pero el hábil Escipión —llamado después el Africano— sospechó sus planes y los contrarrestó, dejando prácticamente sin independencia a Cartago y condenándola a pagar tributo a sus subyugadores durante 50 años.
Aníbal siguió reinando en su país pero años después los romanos solicitaron su entrega, por lo cual tuvo que huir de corte en corte, siempre buscando que sus aliados se enfrentaran a los romanos. Finalmente, en el 183 a.C., se suicidó para no ser capturado. Pasado el tiempo, las tribus africanas se convirtieron en un serio peligro para los cartagineses, quienes tuvieron que conformar un ejército para defenderse, situación aprovechada por Roma para desatar la Tercera Guerra Púnica que en el 146, luego de cuatro años, logró la completa ruina de Cartago.


Los dueños del mundo

Al término de la Segunda Guerra Púnica, totalmente vencido Aníbal, los romanos se encontraron sin contrincante y tomaron la decisión de buscar uno nuevo, como ha sido la costumbre de todos los imperios hasta la actualidad. Filipo V de Macedonia quiso ayudar a Aníbal en su escapatoria, y por ello puso a su país a merced de Roma, cuando en el 197 a.C., en Cinoscéfalos, y en el 168 en Pindea, los macedonios cayeron, dejando a Grecia en igual peligro.
El descendiente de Seleuco, Antíoco III, rey de Siria, se enfureció al ver a Grecia a órdenes de los romanos y se dispuso a liberarla, pero Escipión fue nuevamente el encargado de provocar la huida de los contrincantes de su patria, al punto de hacerlos retroceder hasta el Asia, en donde los derrotó en la batalla de Magnesia, en el 190. En el 123 a.C., Roma se apropió de las islas Baleares, y en el 122 de las llanuras del Po; en el 167, Egipto había aceptado la protección de los romanos para no sufrir el azote de sus armas. Roma era la dueña de todo el Mediterráneo, el Mare Nostrum, como entonces lo llamaron. En principio, los romanos dieron libertad a las ciudades griegas; admiraban el arte y la cultura que las polis habían desarrollado a través de los años, y consideraban a sus pobladores como los mejores maestros. No obstante, los conflictos entre los griegos continuaban; y cuando éstos trataron de levantarse en contra del dominio romano, el Senado ordenó la destrucción de Corinto y la esclavización de todos los poblados con excepción de Atenas.


La república

Los romanos tomaron la determinación de abolir de su gobierno la forma monárquica, para lo cual, cada año, los nobles elegían a dos personas de confianza que adquirían la dignidad de cónsules para que dirigieran a la ciudad. Con este primer intento no se consiguieron los resultados esperados.
Ante esa situación, los plebeyos se opusieron a seguir luchando por Roma si no se les permitía participar en el gobierno, lo que llevó a la creación de la figura del tribuno (“vocero de los humildes”), quien se encargó de proteger las actividades de sus representados (inicialmente esta representación era llevada por dos personas). Más adelante surgieron nuevos cargos en torno a la administración de la ciudad, como fue el caso de los cuestores, encargados del manejo del presupuesto; los pretores, que ejercían como jueces; y los censores, que elaboraban una lista de ciudadanos con derecho a votar y vigilaban la conducta de éstos.
Como pilar fundamental de la organización social estaba el Senado, cuyo nombre proviene de la palabra latina senex (anciano). Para los romanos, la sabiduría iba de la mano con la edad, y sin embargo sólo los nobles viejos podían ser senadores. También contra esto se levantó el pueblo, que pudo conseguir, a partir de la comitia tributa (asamblea en la que cada voto valía lo mismo que los otros), que cualquiera de ellos pudiera acceder al Senado.
Esta corporación se conformaba de cerca de 300 hombres y era una muestra clara del orden y fervor institucional de los romanos; a ella accedieron representantes de lejanos lugares —incluso de tierras conquistadas—, los mismos que, de no participar activamente en las decisiones, por lo menos traían sus problemas para que les fueran solucionados. Al finalizar la república romana, los ciudadanos humildes habían alcanzado el mismo poder que tenían los ricos en la administración del imperio.


Los dioses romanos

Desde el instante mismo en que la civilización romana tuvo contacto con la griega, el mayor desarrollo cultural de la última se impuso sobre el de la primera, pese a que la fuerza de las armas hacía lo contrario. Los dioses griegos fueron asumidos por Roma como si fueran propios y, no obstante que su culto nunca alcanzó allí la profundidad que había logrado en el de sus creadores (por lo cual los romanos sucumbieron fácilmente al influjo de otras religiones, como sucedió con la cristiana), los latinos celebraban algunas fiestas en honor de las deidades. La representación romana del politeísmo griego se da así

Grecia Roma
Zeus Júpiter
Ares Marte
Apolo Febo
Dionisos Baco
Hera Juno
Deméter Ceres
Hermes Mercurio
Afrodita Venus
Hestia Vesta
Hefestos Vulcano
Artemisa Diana
Poseidón Neptuno
Nike Victoria
Hades Plutón
Atenea Minerva


La avaricia romana

Los romanos, que en los primeros días de su imperio se preocupaban sobremanera por el acatamiento de las leyes, encontraron en las tierras conquistadas una forma de acumular riquezas. A ellas fueron enviados gobernadores y jueces para que se encargaran de cobrar los tributos; en cuyo trabajo los funcionarios acaparaban para sí todas las ganancias, mientras que los plebeyos pasaban en Roma por grandes penurias. Senadores, cónsules, tribunos, cuestores, pretores y censores se corrompieron a causa del dinero, generando la desaprobación del pueblo.
Cerca de 20 años después que Roma alcanzara su máximo nivel como imperio, una guerra se suscitó al interior de su territorio. Los hermanos Tiberio y Cayo Graco fueron muertos por defender la causa democrática. Ante las guerras que se libraban en las fronteras, el Senado permanecía impasible, razón por la cual el pueblo debió comisionar a un labriego llamado Mario para que defendiera a la nación. A su regreso, el victorioso Mario empezó a dictar leyes decididamente favorables a los pobres; los ricos entonces formaron un gran ejército y lo pusieron al mando de Sila, quien al vencer a Mario marchó hacia Oriente.
Los plebeyos asesinaron a varios senadores y Mario fue cónsul por última vez, ya que murió mientras ejercía su cargo. Tras cinco años de su partida, Sila regresó y asumió de inmediato poderes dictatoriales, poniendo ante los ojos de los romanos el presagio del fin de la república. Sila fue sucedido por su yerno Pompeyo a petición del pueblo.


El gran triunvirato y el poder de César

Pompeyo partió a Oriente para aplacar los ánimos de algunos pueblos alzados contra el imperio, momento que fue aprovechado por Julio César, nacido en el 102 a.C., para presentarse como candidato al consulado, pero la muerte de su benefactor, el desleal Catilina, lo dejó con ínfimas posibilidades de alcanzar su objetivo. Sin embargo, en el año 62 Pompeyo volvió a Roma y se presentó ante el Senado, solicitando tierras para sus tropas y el acatamiento de los tratados de paz firmados con los pueblos de Oriente. César sacó ventaja para hacerse amigo del pacificador de Asia, y, en compañía del adinerado Craso, lo convenció para que en un acto totalmente inconstitucional se dividieran a Roma, dando origen al Gran Triunvirato.
Los triunviros se repartieron el imperio de la siguiente forma Pompeyo tomó para sí las zonas de España y África, Julio César se quedó con las Galias —la actual Francia—, y a Craso le tocó Siria. César pudo mostrar entonces su sabiduría en el arte de la guerra y se enfrentó con ferocidad a las tribus que ocupaban los territorios que hoy pertenecen a germanos, belgas y holandeses, venciéndolas a todas. En su obra Comentarios, cuenta a los romanos la manera como llegó a la Gran Bretaña y doblegó a los habitantes de la isla, que eran aún salvajes y pintaban su cuerpo de extraños colores, en particular de azul. En tanto que César hacía las veces de conquistador, Craso murió, y, mientras Pompeyo, representante de la clase alta, pudo conservar su ejército, Julio César fue instado a dejar el suyo inmediatamente, so pena de recibir castigo por desobedecer las leyes del imperio.
El límite entre Galia y Roma era el río Rubicón, y su paso era la línea prohibida a César. No obstante, en el 49 a.C., el general ordenó el cruce de las aguas y la pronta llegada a Roma. Al paso de las tropas, muchos campesinos se le unían y la victoria en batalla era inevitable, pero César impidió el derramamiento de sangre perdonando la vida de sus enemigos. En ese mismo año los contingentes cesarinos se dirigieron a España, donde hicieron rendir a los soldados leales a Pompeyo; luego avanzaron hacia Grecia, en el 48, arrasando a los comandados por el segundo triunviro con vida, el mismo que hubo de escapar hacia Egipto, donde poco después fue asesinado. César se dedicó entonces a aplacar a todos lo pueblos que se le oponían y pensó en imponer definitivamente la monarquía, pero el Senado y el pueblo no podían dejar de lado la participación gubernamental que tenían con la república. Pocos meses después de estar a cargo de todo el imperio, en el año 44 a.C., sin haberse nombrado aún rey pero con bastantes intenciones de hacerlo, Julio César fue asesinado por varios de sus más allegados colaboradores. La oración fúnebre que uno de los protegidos de César, Bruto, dijo ante la tumba de quien tanto lo había ayudado fue “César me adoraba y lo lloro. Era afortunado y por eso estoy alegre. Pero era ambicioso y por eso lo maté.


La división del imperio

Quienes habían dado muerte a César esperaban ver nuevamente establecida la república, pero el Senado y todos los estamentos gubernamentales ya se habían acostumbrado al mandato de un solo hombre. En ese momento Roma contaba con varios personajes capaces de asumir tal responsabilidad, entre ellos Marco Antonio, Octavio, Lépido, Bruto y Casio, estos dos últimos a favor de la república. El joven Octavio se dio cuenta de que la única forma de adquirir poder era a partir de las armas, y por ello se hizo comandante de varios ejércitos, luego de lo cual recibió el nombramiento de cónsul. Posteriormente, unido a Lépido y a Marco Antonio, Octavio conformó el Segundo Triunvirato, cuyo fin primordial fue enfrentar a los republicanos.
En el año 42 antes de nuestra era, las tropas de Bruto y Casio estaban acampando en la zona de Filipos, en Macedonia, cuando se vieron atacadas por los triunviros. En corto tiempo, la victoria favoreció a los generales Octavio y Marco Antonio, posibilitándoles el fraccionamiento del imperio en dos partes; mientras el primero se quedó con Roma y los territorios occidentales, el segundo pasó a gobernar en Oriente. Octavio empezó entonces a deshacerse de sus rivales en el poder. Primero lo hizo con Lépido y un hijo de Pompeyo, y más adelante vio en Marco a otro probable inconveniente. En el Oriente, Marco Antonio había conocido a Cleopatra, e instado por ella decidió construir un gran imperio pero de características griegas. La reina egipcia siempre supo sacarle partido a su hermosura. Con anterioridad, César le había servido y ahora Marco Antonio acudía presto a todos sus llamados.
En el 32 a.C., Octavio marchó para enfrentar a los que intentaban robarle lo que él creía propio. Marco Antonio y Cleopatra unieron sus ejércitos pero en la batalla marítima de Accio la reina huyó, seguida por su aliado romano; en sitio seguro, Cleopatra hizo creer a Marco Antonio que había muerto, y éste se suicidó. A la llegada de Octavio, las tretas y los coqueteos volvieron a presentarse, pero el futuro emperador no les brindó su atención. La reina egipcia, a sabiendas de que si se le conservaba viva sería exhibida en Roma, se dejó morder por una serpiente cuyo veneno le ocasionó la muerte.


El primer emperador

A su llegada a Roma, Octavio quiso entregar al Senado el comando del ejército, pero el cuerpo legislativo lo confirmó como general de las tropas y le ajustó los títulos de Emperador, Augusto —dignidad conferida exclusivamente a los dioses, hasta ese momento— y César, designándolo como único gobernante de todo el imperio. Al comienzo de la época del primer Augusto, Roma vivió sosegadamente y experimentó su período de mayor grandeza cultural. El emperador era un hombre de costumbres sencillas y como tal trató de infundir en los ciudadanos sus mismas inquietudes.
Octavio se preocupó por restablecer algunos cargos administrativos de la república que habían sido desechados por los dictadores. También estuvo al tanto del adelanto de los trabajos en los templos, carreteras y edificios públicos que ordenó construir. Cada vez que terminaba su período, el Senado lo reelegía sin que se escuchara protesta alguna del pueblo. Florecieron grandes escritores como Horacio, Ovidio y Virgilio, con su espectacular poema épico La Eneida. En el año 14 después de Cristo, cuando murió, Octavio fue honrado con la construcción de un altar. Los bárbaros ya empezaban a mostrar su fuerza, la misma que acabaría con el imperio; y Jesús de Nazaret comenzaba a evolucionar en su mente las doctrinas que, posteriormente, pondrían fin al politeísmo de griegos y romanos.


El cristianismo

A 30 años de que Octavio fuera emperador, y mientras Jerusalén era gobernada por Herodes el Ascalonita, nació en Belén el esperado salvador, Jesús. La mayoría del pueblo judío, pese a que era constantemente azotado por los impuestos y las iras de su mandatario, no aceptó que el hijo de José y María fuera su Mesías.
Muchas conjeturas se han tejido sobre los primeros años de la vida de Jesús, pero sólo a partir de los 30, cuando inició la predicación de sus enseñanzas, se puede hablar de él. Recorriendo Judea, Samaria y Galilea en tres años de ardua labor, repartió paz entre quienes lo escuchaban, pero increíblemente cuando su fuerza se hacía más grande comunicó a sus apóstoles que su tiempo estaba por concluir. Luego de la muerte de Jesús, los apóstoles comenzaron por predicar las doctrinas de su maestro en la región de Judea, estableciendo comunidades religiosas alrededor de templos en los que gobernaban los obispos. Posteriormente, la rápida multiplicación de los adeptos a las creencias de Cristo hizo posible el paso de los evangelizadores a otras zonas, como la de Antioquía, en Siria, donde los leales a aquella fe empezaron a hacerse llamar cristianos.
La famosa “buena nueva”, es decir, el Evangelio, se propagó en pocos años. En el 42 Pedro viajó a Italia, y en el 54 se estableció en Roma para comandar desde allí a todo el cristianismo. No obstante, fue Pablo, llamado originalmente Saulo, quien en su calidad de romano y sin haber conocido a Jesús pasó a ser el más grande apóstol de la Antigüedad; su labor se extendió desde Damasco hasta Grecia, España, la península Balcánica e incluso parte de Italia.
Cada uno de los nuevos convertidos al cristianismo se esforzaba por seguir de la mejor manera las normas de su religión. Los ricos vendían sus pertenencias y los pobres ayudaban con lo poco que poseían a sus vecinos y enfermos. Día a día la cantidad de adeptos a los mensajes de Cristo aumentaba, desatando una ola de persecuciones que comenzaron a verse de parte de los fariseos, aunque sin mayores consecuencias.
Roma, como había sido su costumbre, permitía que los pueblos sometidos por el imperio conservaran sus tradiciones y aun su religión. Mientras que los viejos cultos heredados de los griegos fueron la adoración de los romanos, se permitió a los cristianos fundar sus templos y comunidades, pero cuando los emperadores pasaron a ser alabados como deidades, con la oposición de los seguidores de Jesús, cambió totalmente la situación. En un comienzo todo se limitaba a las críticas y burlas en la persona de quienes dejaban dominar sus vidas por un dogma, despreciando los viejos cultos que no exigían más que el sacrificio o las fiestas en honor de los dioses. Pero cuando los seguidores del cristianismo se incrementaron notablemente, el imperio romano vio en peligro el orden de sus instituciones.
Muchos emperadores, desde Nerón, pusieron en marcha planes de erradicación cristiana. Siguieron luego Domiciano, Trajano, Marco Antonio y Decio. Diocleciano fue el último Augusto que trató de erradicar de Roma el cristianismo; más adelante, Constantino se convirtió a la doctrina de Jesús, siendo el primer emperador romano en abrazar los dogmas de Jesús. Luego, Teodosio, a finales del siglo IV, cerró los templos paganos y prohibió definitivamente los sacrificios. En el siglo V, al arribo de los bárbaros, la Iglesia fue la única fuerza capaz de mantener cierto estado de evolución cultural, rescatando los valores positivos de las ruinas del imperio y dándolos a conocer a los recién llegados. De igual modo, fiscalizó la actuación de los reyes y adquirió poco a poco el inmenso poder que la llevó a ser parte fundamental del Estado en los gobiernos europeos.


Los grandes monumentos

El arco utilizado en las construcciones de los edificios de Roma parece haberse originado en Sumeria, de donde seguramente pasó a manos de los etruscos para terminar en poder de los romanos. Debieron de pasar muchos años antes que al arco lograra la solidez y funcionalidad que finalmente consiguió; en ese momento sus ventajas sobre la columnas y los travesaños saltaron a la vista. El arco soportaba más peso que los pilotes, y su belleza no era en modo alguno inferior a la de ellos.
En un comienzo los romanos emplearon al ladrillo como material, pero la cercanía de las zonas volcánicas, y así de la cal, los llevó a pensar en el concreto. Así, en Roma se perfeccionó el empleo del cemento reforzado, y muchas de sus construcciones ostentan la fortaleza de ese elemento. No obstante, el esplendor de los monumentos en piedra de los griegos cambió las concepciones de los latinos, y en el gobierno del primer Augusto las ciudades del imperio fueron cubiertas con láminas de mármol, como un presagio del desarrollo arquitectónico que se avecinaba. Los romanos fueron especialistas en la construcción de acueductos, tanto así que algunos de los alcantarillados que levantaron podrían ser empleados en la actualidad; en el caso de la Cloaca Máxima, un túnel de piedra que hace las veces de desaguadero del Tíber, la estabilidad de su canal principal es tal que aún está activo.
En cuanto a los templos y palacios, en su mayoría habían sido copiados de los griegos pero la implementación de los niveles, que daban mayor altura a los edificios, y de otras características de diversas culturas, hicieron que obras como el Panteón, el Coliseo, la Maison Carré y los arcos de Constantino y de Tito se convirtieran en muestras inolvidables del maravilloso arte de la construcción en el imperio romano.
De igual manera, la piedra se hizo el mejor aliado de la índole ostentosa de los emperadores, ya que todas sus hazañas eran grabadas en ella como para dejar un imperecedero recuerdo estampado en la memoria de quienes las observarían siglos después. Es ese el caso de la columna esculpida en el Foro de Trajano, en la cual están marcadas las célebres batallas de este César.
Pese a que los templos, las esculturas, los dibujos y todas las manifestaciones artísticas de griegos y romanos parecen fundirse en una sola, la diferencia primordial reside en la búsqueda que cada uno de estos pueblos reflejaba en sus trabajos. Mientras que los griegos perseguían la perfección, los romanos estaban más atraídos por la grandeza y el abarcamiento de más terreno, incluso a partir de su arte.


Los últimos julianos

El único varón de la familia de Octavio que permanecía vivo a la muerte de éste fue Tiberio, su hijastro. El Senado lo eligió emperador gracias al apoyo que tenía en el ejército, pero el pueblo estuvo siempre en contra de él, no sólo porque no apoyaba los espectáculos públicos, como siempre lo habían hecho los gobernantes, sino igualmente porque su actitud hacia los asuntos de la administración fue siempre despreocupada.
Tiberio, que sentía gran aversión por el pueblo y hasta por el Senado, constituyó un grupo de espías para que le informaran sobre las actividades de sus opositores, a quienes hacía matar. Cansado de los asesinatos, el Senado tuvo que intervenir severamente y Tiberio decidió salir de Roma y dirigirse a la isla de Capri; en su lugar dejó a su secretario Sejano, pero más tarde lo mandó asesinar por traidor. A su vez, la guardia del segundo emperador se volvió contra él, causándole la muerte.
El sobrino del César muerto, Calígula, gobernó a Roma desde el 37 hasta el 41, pero su locura lo convirtió en uno de los peores mandatarios de la ciudad. Su caballo, Incitato, tuvo que ser adorado como dios, al tiempo que sus caballerizas eran rodeadas de jardines de oro y piedras preciosas. La guardia imperial, cansada de su demencia, lo ejecutó y puso al comando del imperio a su tío, Claudio, quien restableció el orden y se encargó de fijar leyes en favor de los esclavos.
Luego de 14 años como emperador, del 41 al 54, Claudio fue envenenado por su esposa Agripina, madre de Nerón, quien asumió el poder en calidad de heredero. En los primeros años del mandato de Nerón, el filósofo Séneca fue su consejero, pero en el momento en que el César se dio cuenta del poder que estaba alcanzando el sabio, lo retiró del cargo y se encargó él mismo de tomar las decisiones atinentes al gobierno.
La crueldad del Augusto se hizo manifiesta cuando impartió las órdenes de inmolar a su antiguo colaborador, Séneca, al poeta Lucano, a su esposa Octavia y hasta a su propia madre, que le había puesto en el trono. Nerón adoraba el arte en todas sus expresiones y particularmente la música y la poesía. Constantemente visitaba las regiones griegas en las que se celebraban festivales y se hacía coronar como ganador. Cuenta la historia que, mientras Roma se consumía en las llamas de un incendio, que se le atribuye al César pero que parece haber sido accidental, el emperador declamaba ante sus amigos, en la terraza de su palacio, los versos de la quema de Troya elaborados por Virgilio. La destrucción de Roma fue aprovechada por Nerón para castigar a los cristianos, cuya religión empezaba a ser escuchada por las clases altas de la ciudad mientras que en el seno de los plebeyos su culto era cotidiano. Sin embargo, en su gobierno, que se extendió desde el 54 hasta el 68, el último de los julianos otorgó la libertad a Grecia, apoyó la bondad con los esclavos y levantó a Roma de sus cenizas.


La época intermedia del imperio

A la muerte de Nerón, varios quisieron apoderarse del cargo de emperador, entre ellos Galba y Otón, pero en el 69 un personaje salido del pueblo, Vespaciano, emergió como el nuevo César, emprendiendo de inmediato una campaña para sanear las instituciones, fuertemente maltratadas durante el reinado de los julianos.
Vespaciano formó una clase de nobles entre quienes lo respaldaban, tratando de excluir del poder a la vieja y corrupta aristocracia; sin embargo, fue en su mandato cuando se efectuó la toma de Jerusalén, que culminó con la muerte de millares de judíos. Este Augusto avanzó notablemente en la construcción del Coliseo de Roma, con capacidad para 50 mil espectadores, y su hijo, Tito, culminó la obra durante su corto gobierno, del 79 al 81. Domiciano, hermano de Tito, lo sucedió en el trono; durante los 15 años en que ejerció como emperador, tuvo que afrontar los constantes ataques de los bárbaros en los límites del imperio, al igual que Nerva, que fue Augusto entre los años 96 y 98. El hijo adoptivo de Nerva, Trajano, gobernó desde el 98 hasta el 117. Sus ambiciones de conquistador lo hicieron partir con sus tropas en pos de los territorios de Dacia, Armenia, Arabia y Mesopotamia; pero cuando llegó hasta el golfo Pérsico, dándose cuenta de lo lejos que estaba de sus lugares de abastecimiento, emprendió el regreso, en cuyo transcurso murió. Su sucesor, Adriano, cambió de plano los dogmas del ejército romano, modificando su número por la efectividad de sus guerreros y fortificando las defensas de los países que, por su lejanía, eran poco accesibles a los grandes contingentes. Además, en el 135, expulsó de Jerusalén a los judíos, obligándolos a dispersarse por el resto del mundo sin un suelo propio en el cual vivir.
Antonino fue elegido como emperador en el 139 y su tarea básica fue continuar las reformas de su antecesor, mejorando la calidad de vida en las ciudades y apoyando la cultura en todas sus formas. Marco Aurelio, del 161 al 180, llegó al poder luego de casarse con la hija de Antonino, Faustina, y tuvo que sofocar desórdenes en las regiones que dominaba el imperio; este Augusto sobresalió por su piedad con los vencidos, poseedor de grandes calidades humanas y filosóficas; no obstante, fue él quien decretó la cuarta persecución contra los cristianos pero no lo hizo por las creencias religiosas, como hasta entonces había sucedido, sino por su fuerte oposición a los poderes del emperador.
El hijo de Marco Aurelio, Cómodo, fue asesinado 12 años después de tomar el comando del gobierno, y por ello los soldados del Danubio pusieron como mandatario a Septimio Severo, quien reunificó el imperio a costa de la vida de numerosos jóvenes, causando escasez de mano de obra y de combatientes, y con ello el debilitamiento de Roma.


La caída del imperio

Luego de la muerte de Septimio, en el 211, los emperadores romanos fueron militares, ya que ellos eran los únicos capaces de pelear con fuerza por el trono. Uno de los más destacados fue Aureliano, bajo cuyo mando Roma pudo resarcirse y recuperar al Oriente, así como a Francia, España e Inglaterra. Sin embargo, en el 275, tras cinco años en el poder, un grupo contrario le dio muerte y se disputó la calidad del mandato absoluto durante una década, hasta que en el 285 Diocleciano se impuso a los demás e instituyó la tetrarquía, dividiendo al imperio en cuatro partes, dos gobernadas por emperadores, él mismo y Maximiliano, y las restantes en manos de dos césares, Galerio y Constancio Cloro.
Un par de medidas impuestas por Diocleciano hicieron que su reforma, inicialmente benéfica para la nación, terminara por fracasar. La primera de ellas fue el aumento en los impuestos, como una manera de conseguir más dinero para mantener el elevado número de combatientes que existía; y la segunda, permitir que soldados de otras nacionalidades ingresaran al ejército romano, incluso algunos reductos bárbaros. Al principio sus ideas generaron prosperidad, pero el emperador quiso que todos sus súbditos lo amaran a partir del exceso de riqueza, y convirtió a Roma en una ciudad de estilo oriental, erigiendo duques y condes, por lo que el bienestar se vino abajo.
En el 306, Diocleciano abdicó y obligó a Maximiliano a hacer lo mismo. Los dos césares se dijeron augustos y nombraron dos césares en su reemplazo. No obstante, la muerte de Constancio acabó con la tetrarquía y ocasionó un estado de guerra interior en busca del trono. El hijo de Constancio, Constantino, se hizo único emperador en el 306 y en el 313 promulgó el Edicto de Milán, con el cual terminaba la persecución sobre los cristianos, dando uno de los primeros pasos hacia su conversión a la religión de los apóstoles.
Constantino trasladó la capital del imperio a la antigua Bizancio, levantando una ciudad a la que dio el nombre de Constantinopla. Su cuñado, Licinio, lideraba algunas zonas del Oriente, pero Constantino lo venció y unificó el país. En el 325 celebró el Concilio de Nicea, que intentaba mellar las asperezas entre Arrio y Atanasio; al final, Atanasio salió victoriosos y la iglesia cristiana explicó el misterio de la Trinidad y dio a conocer el símbolo de la fe.
En el 337 murió Constantino, quedando su enemigo Juliano, con quien se encontraba en guerra, como emperador. Tanto este como los césares que le sucedieron vieron en sus dominios los signos inevitables de la decadencia.
A Partir del 375 estuvo en el poder un gobierno tripartito y compuesto por Teodosio, Valentiniano II y Graciano; muertos los dos últimos, Teodosio dio a Roma su última época de unidad, ya que a su muerte repartió los territorios del imperio entre sus dos hijos, Arcadio, a cargo del Oriente entre el 395 y el 408, y Honorio, dueño de Occidente hasta el 423. A la muerte de Honorio, Valeriano tomó el control de Occidente, en su fase final de decadencia.
En el 455 es saqueada Roma por Genserico. El fin del imperio romano occidental llegaría en 476, cuando el rey de los hérulos, Odoacro, depuso a Rómulo Augusto, el último emperador.

Grecia

Los cretenses

El nacimiento de la civilización cretense se debe entender desde el momento en que empezó a desarrollarse como Estado, a partir del 2600 a.C., aproximadamente. Hace algo más de un siglo se pensaba que la historia de Grecia se iniciaba a la par de los primeros Juegos Olímpicos, en el 776 antes de nuestra era; no obstante, excavaciones posteriores identificaron como ciertas algunas de las narraciones de Homero en sus poemas épicos La Ilíada y La Odisea, como por ejemplo la existencia de Troya, hasta entonces más mítica que real.
En el año 1900 d.C., el inglés Arturo Evans intentó probar la veracidad de la leyenda de Teseo y el Minotauro, cuyas hipótesis se validaron con el hallazgo de las ruinas de un inmenso palacio, el de Cnosos, en la isla de Creta. En ellas, una gran cantidad de habitaciones puso en evidencia lo que hasta entonces se había conocido como el Laberinto o Dédalo en el que Teseo estuvo perdido, logrando salir gracias al hilo dejado por Ariadna, la hija del rey Minos. Creta fue paso obligado de las embarcaciones que iban con dirección a la Europa Occidental en busca de metales como el cobre. Su cultura se vio influida por muchas otras, como la de los fenicios, quienes les dejaron la escritura lineal, y la de los babilonios en cuanto a las bases arquitectónicas. Los cretenses vieron la cumbre de la civilización minoica —cuyo último monarca fue Minos— entre 1750 y 1400 a.C., cuando sus hábiles artesanos trabajaron plácidamente y protegidos por la riqueza comercial de su emporio.


Micenas

Los primeros griegos continentales eran seguramente pastores que llegaron a su lugar de asentamiento hace unos 50 siglos. No eran un grupo compacto, y, al mezclarse con los mediterráneos que ya habitaban esas tierras, la heterogeneidad de su raza se multiplicó. Pese a ello, la totalidad de los griegos hablaba un idioma similar, y los dioses de los unos guardaban bastante similitud con los de los otros.
En esa época no existían lazos políticos entre los helenos, como ellos mismos se llamaban. El país estaba dividido en muchas fracciones, cada una con gobierno propio. Lo anterior se debía, sobre todo, a los factores geográficos, a las profundas bahías que surcan su extensa costa y a la cantidad de islas que la rodean. De todos modos, cuando los aqueos (que al parecer ya eran griegos, pues hablaban y escribían una lengua bastante similar a la de éstos) conquistaron el país, llegando incluso a Creta, en el 1600 a.C., cada uno de los jefes de las regiones se llamó a sí mismo rey. Pero en el momento en que decidieron marchar juntos a la batalla de Troya, uno de esos monarcas quedó por encima de los demás, aunque fuese nominalmente.
Hay que tener en cuenta que los emperadores griegos de la época de Micenas no eran ostentosos por su trono sino que preferían destacarse por sus capacidades para labrar y edificar, al tiempo que sus esposas colaboraban en los quehaceres domésticos con los sirvientes.
Los micénicos establecieron relaciones comerciales con la mayoría de pobladores de Asia Menor, empleando para ellos sus conocimientos marítimos; además, lograron llegar a un elevado nivel cultural, muestra de ello las obras en barro y metal que se han descubierto en varias perforaciones de los investigadores, así como algunos de los palacios y monumentos que datan de su período.


Los dorios

Cuando los aqueos retornaron a Grecia luego de su periplo por Troya, esperanzados en formar un Estado poderoso a partir de las experiencias adquiridas, se encontraron con una mala noticia. Aproximadamente en el año 1100 a.C., la invasión de los dorios, quienes también venían del norte, había puesto fin a la civilización micénica. No obstante, los abatidos buscaron refugio en Asia Menor, donde pronto desarrollaron una cultura de caracteres tan elevados que la vieja Grecia tardó casi doscientos años para ponerse a la par. Los conflictos en Grecia eran el pan de cada día. Los dorios se fueron apoderando de todas las ciudades, algunas veces en forma pacífica; la única que no sucumbió fue Atenas, tal vez por encontrase fuera del camino fundamental de acción de los usurpadores y porque sus habitantes pelearon sin temor, teniendo al mar como escudo de sus espaldas.
A los dorios debe Grecia el establecimiento de las ciudades-Estado, que constaban de un núcleo urbano, la polis, alrededor del que se establecían las zonas de cultivo o pastoreo. Poco a poco estos centros evolucionaron gubernamentalmente, pasando primero por las monarquías, a las que siguió el mandato de la aristocracia, hasta llegar, en la mayor parte de ellos, a la democracia. Varios factores influyeron para que los griegos buscaran nuevos lugares de establecimiento entre los siglos VIII y VII a.C. Los más importantes fueron el crecimiento demográfico y la crisis económica del campesinado; a partir de ello los helenos se desplazaron hacia el oriente y el occidente, fundando colonias en diferentes lugares, las mismas que permanecieron siempre ligadas a las transformaciones eruditas de la metrópoli pero con una amplia independencia de tipo administrativo.
La migración hacia el oriente, salvando la ya reseñada, se realizó con rumbo a Crimea y al mar de Azov, alcanzando a poblar algunas riberas del Nilo. Los que fueron al occidente, a su vez, fundaron poblados en Sicilia, el sur de Italia y España, y Francia. Todo lo anterior provocó la difusión de las artes y técnicas implementadas por los helenos, sobre todo en la baja Europa.


Los cuatro núcleos y la unidad griega

Grecia se constituyó como la unión de un grupo de ciudades-Estado independientes, ello debido a que el aislamiento geográfico creaba serios problemas a la hora de defenderse de posibles ataques de pueblos vecinos. El tamaño de las polis era menor, o por lo menos similar, al de cualquier municipio rural de la actualidad, y únicamente en la isla de Creta existían más de cincuenta. Con el correr de los años, algunos de estos distritos se fueron agrupando en torno a un poder central con seno en una ciudad. Los cuatro núcleos distritales más importantes adoptaron los nombres de Esparta, Argos, Ática, cuya capital era Atenas, y Beocia, que como ciudad principal eligió a Tebas. Pese a que de vez en cuando se presentaban pequeños conflictos, dos agentes se encargaron de mantener unidos a los helenos la religión y las olimpiadas.
Todos los griegos adoraban las mismas deidades, en cuyo honor se celebraban fiestas en varios momentos del año. Apolo, Poseidón, Diana y Dionisos eran alabados mientras los habitantes de Esparta y Ática fraternizaban, al igual que los de Beocia y Argos. Los templos se mantenían bellamente adornados todo el tiempo, para lo cual fueron creados los consejos religiosos denominados anfictionías, cuyos miembros eran escogidos entre los pobladores de todo el imperio. En su conformación, la anfictionía era algo similar a un congreso nacional actual, que trabajaba en pos de la paz, instituyendo normas en torno a la humanidad y el respeto mutuo en caso de guerra.
No obstante, lo que parece haber tenido mayor importancia en la unión de los griegos es la común afición por los deportes de fuerza y agilidad, como la lucha libre, el lanzamiento de pesas —bala, disco y jabalina— y las carreras. Este tipo de competencias se efectuaba en todas las festividades religiosas, pero las más espectaculares eran las realizadas en Olimpia, al occidente del Peloponeso. A partir del 776 a.C., los helenos dieron un carácter periódico de cuatro años a sus juegos, dándoles por nombre el de olimpiadas, a las que concurrían jóvenes deportistas desde las ciudades de Epidauro, Delfos, Mileto, Corinto, Calcis, Egina y Eritrea, entre otras, que se preparaban durante el cuatrienio anterior al enfrentamiento deportivo, con el fin de obtener la victoria y, así, el afecto y admiración del pueblo y de la aristocracia (de allí proviene el hecho de que los griegos poseyeran los mejores cuerpos de la Antigüedad). El premio conseguido por el ganador era una corona de olivo, considerada como el más grande de los tesoros.


Las sacerdotisas de Delfos

La ciudad de Delfos estaba ubicada en la parte central de Grecia, y en ella tenía lugar la más grande celebración religiosa de todo el imperio; en el templo de Apolo, dios del Sol, se encontraban las sacerdotisas, quienes supuestamente recibían recomendaciones de la deidad para comunicarlas luego al resto de helenos.
Las sacerdotisas eran conocidas como sibilas, y la ceremonia consistía en que ellas se sentaban en unas pequeñas sillas de tres patas, puestas en medio de alguna grieta de una gran piedra. Como de los agujeros salían de vez en cuando jirones de viento, se pensaba que éstos eran el aliento de Apolo, que, al ser respirado por las sibilas, les confería inigualables dotes de sabiduría. A tal punto llegó el poder adivinatorio y premonitorio de las inteligentes mujeres del oráculo de Delfos, que ningún rey se atrevía a emprender ninguna tarea sin antes consultarlas. No obstante, algunos de los consejos de las sibilas contenían dobles mensajes, por lo que algunos monarcas, al apresurase a cumplir los designios por ellas expresados, caían en serías dificultades.


Atenas

La mayoría de las polis de los helenos en el siglo VI a.C. basaban su economía en la agricultura, por lo cual en gran número de ellas los grandes propietarios controlaban la política. Fueron éstos los primeros aristócratas (palabra que proviene de los vocablos griegos aristos, el mejor, y kratein, gobernar o poder), es decir los mejores para gobernar, lo que en realidad se medía por la capacidad económica. Sin embargo, en Atenas las cosas fueron diferentes. Allí predominaban los pequeños agricultores, dependientes de un estrecho pedazo de tierra para subsistir; además, con la llegada del comercio en gran escala a la ciudad, quienes vivían de él también empezaron a pensar en la necesidad de participar en el gobierno.
Más adelante, a partir de las reformas de Clístenes —510 a.C.—, con las cuales Atenas fue subdividida en distritos locales, se dio la posibilidad de que cualquier ciudadano pudiera llegar a formar parte de la administración pública, sin preocuparse por las probables represalias de los aristócratas.


Esparta

Los espartanos eran descendientes directos de los dorios, y en su distrito la clase dirigente pertenecía a la milicia; el resto del pueblo estaba conformado por los periecas —campesinos libres— y por los ilotas —esclavos. Al contrario de los atenienses, ellos se rigieron hasta el final de la polis por un sistema monárquico que compartía el gobierno con los ancianos, una asamblea popular y los cinco éforos. La primera preocupación de Esparta era el adiestramiento de los soldados, ya que, según se cuenta, todos ellos querían parecerse a Licurgo, que pudo haber reinado en el 840 a.C. y de quien se contaban numerosas hazañas y triunfos. El gran poderío que adquirió esta ciudad hacia el siglo V de aquella era se debió a lo anterior, así como a que los espartanos eran seres muy disciplinados no se les permitía emborracharse, y para mostrar a los niños lo desagradable de esa acción embriagaban a los esclavos hasta que se tambaleaban y caían, después de lo cual los dejaban en las posiciones más ridículas.
Una interesante anécdota de la vida en Esparta es la del dinero que empleaban. Licurgo se había encargado de imponer el uso común de pesadas monedas, para que sus súbditos no sintieran mayor deseo de poseerlas. Tal era el peso de los caudales, que un buey no podía cargar más de una pequeña cantidad de ellos.
Según reza la leyenda, Licurgo hizo prometer a sus regidos que no lo desobedecerían hasta cuando regresara de un largo viaje que se proponía emprender. Obtenido el juramento, partió y se dejó morir de hambre para no volver jamás. La noble acción del rey reportó enormes ganancias espirituales y sociales a los espartanos, aunque también algo de introspección. La palabra lacónico viene de Laconia, región en la que habitaban.


Las guerras médicas

El alto desarrollo cultural, cívico y artístico de Grecia se vio interrumpido a causa de la guerra; todo como consecuencia de los conflictos que afrontaban las colonias griegas en el Asia Menor. Los enfrentamientos entre griegos y persas son conocidos como Guerras Médicas, y vieron su nacimiento cuando Ciro atacó a los helenos de Jonia en el 546 a.C., consiguiendo su sometimiento.
Los griegos de Jonia, aliados con los atenienses y los eretrios, intentaron sobreponerse de su derrota pero no lo consiguieron. Darío I, emperador de Persia, decidió vengarse de los griegos por la ayuda que habían dado a sus revoltosos súbditos. Así, conformó un enorme ejército que dividió en dos fuerzas, una terrestre y otra marítima; infortunadamente para él, sus barcos fueron echados a pique por una tempestad, pese a lo cual se apoderó de la mayoría de las islas del Egeo. Sin atender mayormente al infortunio por el que había pasado, Darío I envió dos emisarios a Atenas y a Esparta con el fin de solicitar la rendición de las dos ciudades.
Ante la negativa rotunda de éstas, el rey persa regresó a su país y se armó nuevamente, retornando para realizar su empeño en el 490 a.C. En esta oportunidad, Darío I embarcó a todos sus combatientes, tratando así de evitar el cansancio que acarrearía una marcha por tierra. Los veinte mil hombres que conformaban el ejército persa llegaron sin contratiempos a su destino, incendiaron a Eretria y acamparon en la llanura de Maratón, prestos a efectuar su ataque sobre Atenas. Los atenienses se apresuraron a comunicarse con las demás ciudades del imperio, solicitando su ayuda, pero únicamente Platea colaboró a la causa, aportando mil soldados. Los espartanos se negaron a participar en la lucha debido a que su religión les prohibía batallar hasta cuando la luna cambiara de fase.
Al verse solos, los atenienses no pudieron más que prepararse para enfrentar a los agresores, contando por fortuna con la valiosa participación del comandante de sus tropas, Milcíades, quien ubicó a los 12 mil hombres que lo acompañaban en las Cumbres de Maratón, a poca distancia del lugar donde descansaban los enemigos. Milcíades levantó el ánimo de los atenienses, y en el momento en el que los persas avanzaron sobre Atenas, con todos los arqueros en la parte frontal de sus huestes, el líder heleno ordenó un ataque por los flancos. Los griegos embestían con furia a los invasores, uno de los cuales se encargaba de dos o tres persas; a cada paso que daba la columna central de las tropas de Darío, se veía envuelta por los enardecidos atenienses que no esperaban a ser incitados para caer con fuerza sobre los usurpadores. En poco tiempo, el campo de batalla quedó tapizado con los cadáveres de seis mil persas, mientras que el resto de ellos huía aceleradamente para abordar los barcos que los esperaban en la costa. El rey de Persia juró desquitarse de los atenienses y pasó buena parte de los años que le restaban de vida pensando la forma de crear un ejército invencible que le asegurara la victoria. Sin embargo, la muerte lo sorprendió antes de conseguir su objetivo, y su hijo, Jerjes, fue el encargado de dirigir la empresa vengadora.


Temístocles y Jerjes

Con el nacimiento de Temístocles, la Grecia antigua aseguró su futuro esplendor; de no haber sido así, los persas habrían invadido a los helenos y seguramente nuestras actuales costumbres serían muy diferentes de los que son. No obstante, este ser que en principio se mostró como el gran líder pasó en el final de su vida a ser un traidor, empleando las mismas tretas con que había salvado a su pueblo para desestabilizarlo y conseguir la gracia de los contrarios.
El niño que surgiera de uno de los más humildes hogares de Atenas, en el año 527 a.C., fue creciendo para convertirse, valiéndose de su inteligencia y sagacidad, en uno de los más grandes hombres de la Grecia antigua. Temístocles basaba su popularidad política en la manera familiar con la que se dirigía al pueblo, llamando a cada ciudadano por su nombre y recordando los problemas que los aquejaban para dar su consejo. Aunque estas tácticas no eran bien vistas por la aristocracia ateniense, que veía en él a un vulgar plebeyo con ínfulas diplomáticas, los favores del pueblo eran lo más importante para este personaje. Cuando murió Milcíades, el héroe de Maratón, Temístocles —quien también había peleado en la célebre batalla— fue, al lado de Aristides, llamado el Justo, uno de los dos más famosos caudillos de Atenas. Pese a que el Justo era reconocido por su lentitud de pensamiento y de expresión, sus calidades éticas eran bien conocidas en la región; de Temístocles, mientras tanto, se decía que era capaz de hacer cualquier cosa con tal de alcanzar sus objetivos. Las diferencias entre los dos estadistas se daban en todos los campos, pero la principal concernía a la defensa de su ciudad contra las seguras represalias de los persas. Mientras Aristides opinaba que lo más importante era el fortalecimiento de la tropa terrestre, Temístocles fincaba su idea de crear un mayor poderío marítimo en la necesidad de afianzar el comercio.
Apoyándose en las recomendaciones del oráculo de Delfos, que hacían alusión a murallas de madera, las cuales Temístocles asoció con los barcos, consiguió el aval de los atenienses para construir 180 naves. Al punto de ganar el terreno mencionado, se desplazó a otras ciudades del imperio con la meta de obtener su apoyó para resguardar a Grecia, pero sólo unas pocas decidieron ayudarlo. En el 480 a.C., Temístocles vio que la patria de los helenos estaba perdida y comenzó a buscar una solución desesperada. Mandó una misiva a Jerjes, rey de los persas, alertándole sobre las disputas internas entre los griegos y sugiriéndole que avanzara ya en contra suya a través del Helesponto. Jerjes atendió el llamado del supuesto traidor y, cargando con todo su ejército (calificado por algunos como el más grande de toda la historia, tanto así que se le atribuyen un millón de combatientes), intentó franquear el desfiladero conocido como Paso de las Termópilas, con tan mala suerte que allí lo esperaba Leónidas, rey de Esparta, al comando de 300 hombres.
Los espartanos soportaron los embates persas durante tres días, ocasionándoles serias bajas, pero la traición de un pastor, quien guió a los súbditos de Jerjes por las montañas, enfrentó a los guerreros de Leónidas a los dos fuegos del enemigo, provocando su derrota. Los comandos de Persia no encontraron ningún impedimento para destrozar todo lo griego que encontraban a su paso. Ática fue asolada y junto con ella Atenas, abandonada por sus habitantes.
Pese a que por mar las cosas habían ido mejor para los griegos, las noticias que les llegaban eran muy desalentadoras y algunos de sus barcos querían dejar al puerto de Salamina para huir. Temístocles jugó su última carta, haciendo que uno de sus subalternos se pasara por desertor y comunicara al comandante de la flota persa la determinación de escape tomada por los griegos. Ante esta noticia, Jerjes apuró a sus navíos para que cerraran el paso a los helenos, sin contar con la escasa profundidad de las aguas en las que se encontraban.
La confusión se apoderó de los persas, quienes veían cómo sus naves se hundían chocando unas con otras o estrellándose con los acantilados, mientras que los griegos atacaban sin descanso, provocando la muerte de millares de sus enemigos. En la célebre batalla de Salamina, los escuadrones de Persia fueron derrotados; en su retirada, únicamente dejaron a Mardonio en compañía de 50 mil hombres, encargados de provocar la última batalla entre las dos naciones, contienda en que los helenos salieron nuevamente victoriosos.
Atenas veía como un gran salvador a Temístocles, pero en los años que siguieron a la guerra la pedantería de éste se hizo insoportable y el alarde que hacía de sus riquezas hizo pensar a los atenienses que podía haberlas logrado gracias a los servicios prestados a Jerjes, de los cuales el rey persa nunca sospechó traición. Temístocles partió hacia Persia y allí ganó los favores de Jerjes, acumulando grandes riquezas hasta su muerte, en el 459 antes de la era cristiana. No obstante que Grecia había quedado en buena parte destruida, se podía jactar de haber derrotado al más poderoso de los ejércitos de ese tiempo. Atenas resurgió como el centro social y cultural de los helenos y se convirtió en la más poderosa ciudad del Egeo, mientras Esparta dominaba la parte continental del imperio.
de la mitad del plazo pactado. En el 431 a.C., la mayor parte del imperio griego se unió en contra de Atenas, cuya mayor capacidad económica y logística pudo ser fácilmente superada por el número de combatientes de las demás ciudades de Grecia. La segunda guerra del Peloponeso dejó mal situada a Atenas, Pericles había muerto a causa de la peste y no había alguien capaz de remplazarlo. No obstante, las ansias de poder del joven general Alcibíades pudieron más que la sabiduría de sus detractores.
Atenas rompió la nueva paz acordada iniciando la tercera guerra del Peloponeso, en la que, por la pérdida de su flota naval a manos del espartano Lisandro, tuvo que rendirse vencida por el hambre en el 404. Las murallas de la ciudad fueron derrumbadas, y sus barcos, tierras y posesiones pararon en las arcas de los vencedores.


Alejandro Magno

Tras unos pocos años de cordialidad entre los helenos, fundamentada en la desaparición de Atenas del panorama de la nación, la guerra corintia revivió los caldeados ánimos y propició nuevas batallas sin sentido alguno. Luego fue Tebas la encargada de propiciar un nuevo conflicto con el que pudo ponerse a la cabeza del imperio, haciendo retroceder a los espartanos.
En las huestes tebanas se formó el genio militar de Filipo de Macedonia, quien al retornar a su patria dio comienzo a la gran acometida que lo llevó a unificar a toda Grecia, gracias a ganar en Queronea, en el 338. Luego de dos años de gobierno, Filipo fue asesinado y su hijo Alejandro asumió el trono del vasto país que su padre había conformado.
Alejandro había nacido en el 356 a.C. en la ciudad de Pella, en Macedonia, y a los 20 años se hizo acreedor del reino de Filipo, así como general del magnífico ejército que lo protegía. A su vez, de su madre, la princesa albanesa Olimpias, el Magno heredó la fogosidad y la imaginación que lo caracterizaron. El joven monarca había sido educado nada menos que por Aristóteles, quien se encargó de inculcarle el amor por la cultura griega que, años más tarde, llevaría por Asia con el poder de sus tropas.
Poco importaban a Alejandro las grandes conquistas de su padre; quería apoderarse de todo el mundo para no deberle nada a su progenitor. En el 334 antes de Cristo, derrotó a los persas en el río Granico, luego siguió hacia el sur y en el 333 se apoderó de Siria. Continuando su avance llegó hasta Egipto, en donde el oráculo lo proclamó dios, y poco después fundó Alejandría en la desembocadura del Nilo.
Llegado el año 331 de la era antecristiana, Alejandro arremetió con fuerza sobre el centro del imperio persa, y Darío III cayó apuñalado por su propios guardias, tratando de evitar la captura de su rey por parte del Magno.
El recorrido continuó por Bactria, Sogdiana y Yaxartes, penetrando hasta el río Hyfrasis en la India, donde sus soldados quisieron detenerse. No obstante, Alejandro murió intempestivamente en el 323 a.C. en la entonces suya Babilonia, dejando el imperio que había creado sin nadie que pudiera llevar sus riendas. Tres de los generales del macedonio se dividieron entre sí sus posesiones. Ptolomeo se apropió de la parte septentrional de África, autoproclamándose sucesor de los antiguos faraones egipcios; Seleuco se tomó la tierra de los persas; y Antígono pasó a gobernar en Grecia y en Macedonia. Ptolomeo fue quien mejor supo aprovechar.
Alejandría, la capital de su reino, se convirtió en la sustituta de Atenas en cuanto al desarrollo de las artes y las letras. Grecia, por su parte, no dejó nunca de luchar contra los macedonios; los pueblos bárbaros llegaron desde el norte y los indómitos griegos empezaron a emigrar hacia otros países, donde esperaban encontrar esa paz que no habían hallado nunca en el propio. En esa forma, el idioma griego se difundió notablemente por toda Europa, y los legados que llevaban consigo los helenos se fueron pasando de boca en boca hasta convertirse en parte fundamental de la cultura imperante.


La filosofía y la religión en Grecia

Los precursores de la filosofía en todo el mundo fueron los griegos, a quienes se deben los triunfos que esta disciplina ha dado al mundo. El primer filósofo de Grecia, y así del mundo, fue Tales, nacido en Mileto hacia el año 620 a.C.; quien se destacó desde un principio por su sed de sabiduría, investigaba las estrellas y les enseñaba a los marinos cómo guiarse a partir de ellas en la oscuridad del mar. Asimismo, Tales mostró a los egipcios la manera de conocer la altura de sus pirámides, valiéndose de la sombra que proyectaban, y también quien formuló inicialmente la famosa inquietud “¿de qué está hecha la tierra?”, cuyo valor radica en su ocurrencia.
Esa pregunta fue base para las cavilaciones de los antiguos filósofos griegos. Mientras que Tales de Mileto pensó que la Tierra estaba hecha de agua, Anaximandro —nacido posiblemente en el 600 a.C.— afirmó que su principio generador era el aire, y Heráclito optó por decir que la materia formadora era el fuego. Sin embargo, fue Demócrito (460 a 375 a.C.) quien dijo en esa época que el planeta estaba constituido por átomos.
Contemporáneo de Demócrito fue Sócrates, quien no se preocupó demasiado por encontrar el componente del mundo sino que se dedicó a buscar la mejor forma de vivir. Sócrates basó, seguramente, algunos de sus estudios en el legado del famoso matemático Pitágoras —creador del teorema que lleva su nombre—, preocupado también por entender la perdurabilidad del alma por encima de la materia y la relación entre la sabiduría y la buena conducta entre los hombres.
Platón —que significa ancho en griego— (428 a 348 a.C.) fue el estudiante más destacado de Sócrates. Su nombre real era Arístocles, pero la amplitud de su espalda hizo que se le apodara con el mote que lo ha hecho célebre. Cuando Platón conoció a Sócrates abandonó sus pasadas inquietudes de escritor y se dedicó al estudio de las leyes de la vida.
de toda Grecia. Platón fundó entonces un escuela con el único fin de formar buenos gobernantes, y la llamó academia (por Academos, supuesto dueño de los jardines que servían de espacio para las reflexiones con sus alumnos).
En uno de sus más importantes diálogos escritos, La república, el filósofo hace el más importante enfoque sobre un Estado perfecto que se ha elaborado hasta la actualidad. Además, Platón desarrolló sus teorías a partir de lo que llamó la idea, dándole a este concepto todas las acepciones valederas para hacerlo real. Discípulo de Platón fue Aristóteles, quien vivió entre el 384 y el 322 antes de Cristo. Aristóteles fue uno de los más asiduos visitantes de la academia, a la que asistió por casi 15 años; cuando Platón murió, su más ferviente estudiante no se hizo cargo de la escuela, pues difería en varios puntos de vista de las opiniones de su maestro, a quien no obstante respetó incondicionalmente.
Aristóteles se casó con una princesa del Asia Menor, y así pudo encargarse de una de sus más notables aficiones, los animales. Escribió el texto Historia de animales, primer tratado zoológico del mundo, y luego se dedicó a la educación del entonces pequeño Alejandro de Macedonia.
Cuando Alejandro se hizo rey, Aristóteles retornó a Atenas y fundó el liceo, escuela que los habitantes de la ciudad calificaron de peripatética por la costumbre de sus alumnos de pasear por las calles mientras recibían las doctrinas de su profesor. Este filósofo se preocupó por una materia similar a la de sus dos predecesores en el pensar de la buena conducta, y por ello escribió la Ética. Aristóteles dijo que para ser feliz el ser humano necesitaba tres premisas la del alma, con pensamientos sanos y sinceros; la material, que tenía que ver con los bienes terrenales; y la del cuerpo, es decir la buena salud. Otro libro escrito por Aristóteles fue Política, en el cual alienta a un óptimo aprovechamiento del tiempo libre y a mejorar las relaciones interpersonales; asimismo, este sabio estableció los fundamentos de la lógica y dio los primeros pasos de la metafísica.
Algunos otros pensadores griegos se empeñaron en encontrar el objeto de la vida. Para los epicúreos —seguidores de Epicuro—, por ejemplo, este fin era la felicidad; pero no la que se logra fácilmente sino la que requiere muchos sacrificios. Los estoicos, por su parte, opinaban que la vida gira en torno al deber cumplido, como lo enseñaba Zenón, para quien la sabiduría, el valor, la templanza y la justicia son las cuatro virtudes básicas del hombre.
En cuanto a la religión los griegos, éstos dieron a sus dioses formas y características humanas. Los vicios y las virtudes que encontraban en sí mismos pasaban a dar forma a la personalidad de sus deidades, de las cuales las más importantes eran las comandadas por Zeus, que habitaban el Olimpo. Los demás dioses estaban más cercanos a ellos y eran Dionisos, Deméter, Afrodita, Mestia, Atenea y Apolo.


La tragedia y la comedia

A pocos años del siglo V a.C., la tragedia era una manifestación artística ampliamente reconocida en Atenas. Su nacimiento se dio con motivo de las festividades religiosas efectuadas en honor al dios Dionisos —Baco—, en las que los cantos corales alcanzaron rápidamente un carácter popular y de espectáculo que necesitaban para evolucionar.
Con la aparición de los primitivos ditirambos, la trama se enriqueció y complicó, generando la representación dramática de los mitos de Dionisos. Según parece, la palabra tragedia se deriva de tragos, que en griego significa macho cabrío, que era el disfraz empleado por los coristas. Las presentaciones se hacían en cercanías del templo de Baco, en la falda de la Acrópolis.
los que forman el ciclo de Edipo, rey de Tebas —obras que, a pesar de mantener un hilo conductor, no constituyen una trilogía—, son ellos Edipo rey, Edipo en Colono y Antígona. Eurípides, el último de los tres grandes trágicos griegos, vivió entre el 480 y el 406 a.C. Con él, los miembros del coro pierden totalmente su importancia, al punto de que se puede prescindir de ellos. Diecisiete obras de Eurípides se conservan en la actualidad, y entre ellas las más sobresalientes son Hécuba, Helena, Hipólito coronado, Andrómaca, Medea e Ifigenia en Áulide.
En cuanto a la comedia, podemos hablar de su origen rural, totalmente distinto del citadino de la tragedia. Al parecer, la primera de estas tramas fue esbozada por los dorios, pero de todos modos se generalizó en toda Grecia, adquiriendo su estructura final en Atenas. Pese a la gran popularidad de este tipo de representaciones en toda la Hélade y a que fueron escritas por millares, sólo algunas han sobrevivido al paso de los años. Aristófanes (446 a 385 a.C.) es el principal de los cómicos antiguos, en cuyas obras se ridiculizaba a los personajes públicos de la época, llamándolos por su verdadero nombre, a la vez que los actores empleaban como disfraz unas máscaras parecidas a la cara de sus personajes. Aristófanes era lo que hoy podríamos llamar un conservador, por lo que se oponía a los cambios de cualquier naturaleza. En Las nubes satiriza abiertamente a Sócrates y los sofistas, en Las ranas se va contra Eurípides, y en Los caballeros se burla de Cleón.
Después de la guerra del Peloponeso se prohibió este tipo de comedias, y los autores tuvieron que burlarse de las calamidades comunes a todos los seres humanos, es decir, la avaricia, la envidia, los celos, etc., en lo que se llamó época media. En los tiempos de Alejandro Magno surgió la comedia nueva, que dio un renovado aire al arte de hacer reír, haciendo más fino y pulido el lenguaje que empleaban los personajes de la obra.


Las bellas artes

En los orígenes del arte griego sobresalió como una de sus mayores expresiones la pintura de jarrones. La pintura negra en las vasijas micénicas fue evolucionando aceleradamente, siempre en busca de la perfección.
La máxima calidad de la escultura en Grecia se da en el siglo V a.C., en la etapa clásica, posterior a la arcaica y predecesora de la posclásica (siglo IV, centuria a la que se atribuye la concepción de la Afrodita de Melos, o Venus de Milo).
Para los helenos había tres grandes nombres en el período que va del año 500 al 400 Mirón, Policleto y Fidias (480 a 426 a.C.). No obstante, los trabajos de estos creadores no se han podido establecer en su totalidad. De Mirón se conoce la famosa copia hecha por los romanos de su Discóbolo, que representa a un atleta a punto de lanzar el disco; Policleto es recordado por el manejo de la proporción del cuerpo, que plasmó notablemente en su Lancero, con el que dio respuesta a los griegos que se preguntaban cuáles eran las proporciones perfectas que debía tener el cuerpo humano. Fidias, por su parte, fue el principal encargado de los trabajos de la Acrópolis, y pese a que se desconoce la parte de esta obra que fue tallada por él, la calidad de todas las esculturas allí presentes dan fe de su sabiduría artística. Todo el arte griego perseguía la belleza, vista como la exactitud de las medidas. Por ello, la arquitectura es una de sus más elevadas manifestaciones. Los helenos crearon tres tipos diferentes de adornos para sus construcciones dórico, jónico y corintio. En el primer caso, las columnas o fustes son acanaladas, anchas en la base y angostas en la parte superior, y sobre ellas reposan un almohadón sencillo, llamado equino, y un bloque cuadrado, o ábaco, sobre el que se posan los travesaños; la columna jónica se asienta sobre un pedestal redondo conocido como base, y el equino es tallado en sus extremos a manera de cuernos de carnero, estilo que se puede ver en el Erecteón; y, por último, en la arquitectura corintia, que fue más empleada por los romanos que por los griegos, la base y el fuste se mantuvieron como en el orden jónico, pero el capitel adquirió las características del estilo de papiro, procedente de Egipto, acercándose más en su parecido al acanto griego. Entre las más destacadas construcciones griegas sobresalen el hipódromo, el estadio, el odeón y el teatro, pero ninguna de las demás puede desconocerse por carecer de espectacularidad o gracia.